viernes, 6 de abril de 2012

LA FILOSOFÍA EN SU VINCULACIÓN CON LA LITERATURA Y EL ARTE

LA FILOSOFÍA EN SU VINCULACIÓN CON EL ARTE Y LA LITERATURA
José Luis Gómez Fernández

Tanto el arte como la literatura, la ciencia y la filosofía son formas recurrentes del hombre para no ser asfixiado en el estrecho mundo en el que se ve confinado.
El filósofo Kant solía decir: “sin las intuiciones sensibles los conceptos son vacíos, pero no es menos verdad que sin los conceptos las intuiciones son ciegas”.
Y por si fuera poca esta estrecha relación, Goethe añadía: “quien posea ciencia, literatura y arte, posee también religión”.
En los albores de la historia de la escritura aparece la obra literaria de Homero y Hesiodo.
En el poema de Homero (s.VIII a. C .) aparece el Hado, que es, como si dijéramos, el Destino, al que todo el mundo se veía sometido sin remedio, incluso el propio Zeus. Nadie escapaba a su suerte, la que fuera, buena o mala. Son cuestiones filosóficas expresadas en forma épica, lírica o trágica, como “Prometeo encadenado” de Esquilo.
Los estoicos solían decir: “al que obedece y se somete, los hados le conducen; sin embargo, al que no lo hace, los hados le arrastran a la fuerza”; (en latín, incluso suena mejor, dicen: “fata volentem ducunt, nolentem trahunt”.
Esta literatura se halla en estrecha vinculación con los problemas más serios de la filosofía: los problemas de la libertad, de la autonomía, del pensamiento, de la razón desvinculada del mito y de las leyes escritas en las estrellas.
Hesiodo en la Teogonía o genealogía de los dioses se ocupa de estas cuestiones, busca una salida a la voluntad autónoma del hombre que ha de enfrentarse cada día a las calamidades del vivir diario donde el primer plano lo ocupan las injusticias, las guerras y la desesperanza, (de ahí, la caja de Pandora y los Trabajos y los días)

El hombre en cada época se ha desenvuelto en un escenario hostil y quebradizo, al par que ilusiona por lo que cabe hacer en él como proyecto de creación y transformación alterando la realidad con la que se encuentra.
En cualquiera de estas situaciones el hombre se sobrecoge, relaciona, compara e incorpora su propio “yo” en todo cuanto hace, piensa, siente, quiere, ama y odia.
Empieza por dar nombre a las cosas que él crea para dotarlas de existencia. Sin el nombre las cosas permanecen desnudas, como nos recuerda la excelente novela de Umberto Eco, “El nombre de la rosa”: “stat pristina nomine rosa, nomina nuda tenemos”.
Dar nombre a las cosas es como crearlas de la nada, darles el ser por primera vez, significarlas, contextualizarlas, (semántica), configurarlas en el espacio y en el tiempo para que puedan convertirse en nuestras amigas, en nuestro habitat, en nuestro refugio, en la proyección de nosotros mismos. La cultura no es más que eso, pero también nada menos.
En el contexto en el que decíamos que la filosofía, el arte, la literatura, la ciencia, se comprometían en el mundo de la cultura a dar alguna respuesta a los grandes interrogantes de la especie humana, en esa misma medida el arte cumple sobradamente con aquella prefiguración que anotábamos como términos o materiales que sirven de soporte a las operaciones y relaciones para que una tarea humana se sostenga en pie.
El artista construye la realidad configurando unos materiales, o bien sobre un lienzo o bien sobre el pentagrama con instrumentos musicales, o bien sobre unos signos, transfigurando con sus operaciones y sus relaciones de espacio-tiempo una fenomenología que se oculta al resto de los mortales. Detrás de un cuadro hay un lenguaje específico. Hay que saber leerlo y hablar su idioma.
¿Qué es la pintura abstracta sino una lenta evolución desde el naturalismo, pasando por el impresionismo y el expresionismo, para configurar con la línea, la superficie y los planos geométricos todo lo que se intenta decir o expresar con la máxima economía posible? Véase Kandinsky, Picaso, Miró y tantos otros.
Parece como si las ciencias y las artes se abrazasen en su pretensión común de descifrar lo oculto de la naturaleza cósmica y de la naturaleza humana.
No olvidemos que las entrañas de las aves auguraban y predecían el futuro en medio de la tenebrosidad y la confusión del destino.
Según una leyenda mitológica de la antigüedad clásica, un simple mortal, el príncipe troyano Paris hubo de decidir entre la belleza de las tres diosas olímpicas: Hera (Juno), Atenea (Minerva) y Afrodita (Venus).
A cambio de ser elegida, cada una de ellas hizo una oferta: la 1ª, poder y riquezas, la 2ª, éxitos militares y sabiduría y la 3ª, el amor de una bella mujer, (Helena, la esposa de Menelao, rey de Esparta).
Y, al parecer, la elección de Venus desencadenó la guerra de Troya. ¡Qué ironía la vida! ¡Y qué grandeza su secreto!

El recurso a la imaginación y la fantasía ha proporcionado a cada cultura, a cada época y a cada pueblo un modo y un género literario con el que ha expresado su ser y su espíritu.
Hegel decía que la filosofía y la estética eran la expresión del espíritu en forma de conceptos y en forma de sensaciones respectivamente.
Nuestro Quijote, si ha trascendido en la forma en que lo ha hecho, ha sido por la expresión, mediante el recurso literario de la novela, de la fantasía, de la ironía, del ser que el español llevaba dentro, en el siglo XVII, con la decadencia de España en el reinado de Felipe III y su enriquecido valido, el Duque de Lerma, sin menoscabo de la mediocridad, desde 1621, de su sucesor Felipe IV y el Conde Duque de Olivares.
Hay en el Quijote una clamorosa denuncia de libertad de pensamiento y de la atormentada conciencia inquisitorial.
Es un grito que tensa el hilo tenue del ser y el deber ser, entre el idealismo quijotesco y el realismo sancho-panzesco.
. Es la ética agónica contra el mito. Por eso la filosofía en sus orígenes es la disponibilidad de la voluntad desgarrada que exige imponerse desde el interior en confrontación con las morales externas.
Casi diríamos que se libra aquí la batalla que Sartre acentuó como “la imposible imposibilidad”.
Por eso, pienso que la filosofía se halla estrechamente vinculada con la forma literaria desde la época más arcaica
en los poemas homéricos; precisamente allí, donde las tensiones entre contrarios resaltan más agónicamente la lucha por restablecer los cauces de la racionalidad en confrontación con la irracionalidad, la esperanza contra la desesperanza, la ciencia contra la opinión y el rumor, la solidez contra lo efímero y pasajero.
La filosofía ha pretendido ser siempre ética, (ethos), esfuerzo por mejorar la situación del ser que uno es, desde el habitat de su interioridad, de modo que pueda decirse del individuo, como de la sociedad, que de su ética dependerá su código de conducta moral. La norma moral se retroalimenta de la ética como fundamento y regulación de sus hábitos y costumbres. Cada cual cosechará lo que ha sembrado. Si la ética la concebimos como lucha agónica, como racionalidad que se impone a la irracionalidad, la moral consecuente de una sociedad estará presidida por la racionalidad.
Me ha llamado la atención aquella cita de Kant en la que nos recuerda, a luz de las Odas de Horacio, que el hombre ha de mantenerse vigilante si no quiere empeorar las situaciones heredadas de sus antepasados, no sea que la “edad de los padres, peor aún que la de sus abuelos, nos lleve a nosotros a ser aún peores, y que luego dejemos una prole aún más viciosa”. (en el latín de Horacio suena aún mejor, dice así: “aetas parentuum, peior avis, tullit nos nequiores, mox daturos progeniem vitiosorem”)
Y Séneca solía tener presente en su ética estoica la estricta convicción de que si queremos curarnos de algún mal que aceche nuestro espíritu, no sucumbiremos porque la naturaleza estará detrás ayudándonos a ser sanados; “sufrimos de males curables, y la naturaleza, si queremos ser curados, sale en nuestra ayuda, puesto que hemos sido engendrados para el bien y la salud”. (y dicho en el latín de Séneca: “sanabilibus aegrotamus malis, nosque in rectum genitos, natura, si sanari velimus, adjuvat).

Y si esto es así en el orden individual, la naturaleza racional nos ayudará en el orden social.
Ya no contemplaremos desde la orilla individual y egoísta las olas encrespadas en medio de un océano embravecido que resulte ser ajeno a mi confortable bienestar.
He querido terminar esta pequeña reflexión con la frase de un clásico como Lucrecio, que decía justamente eso que aparece traducido más arriba: “qué dulzura, cuando sobre el vasto mar los vientos revuelven las olas y yo las contemplo desde tierra sin importarme el penoso trabajo del otro”.
(“ Suave mari magno turbantibus aequora ventis, e terra magnum alterius spectare laborem”).

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