viernes, 6 de abril de 2012

POLÍTICA EN EL REINADO DE ALFONSO XIII

José Luis Gómez Fernández

De hecho en 1902 comienza el reinado de Alfonso XIII a los dieciséis años de edad, y ante aquella atmósfera de pesadumbre por la catástrofe de la guerra frente a Norteamérica, la conciencia que inunda al país en esos momentos es la de regeneración.
En su Diario, a esa temprana edad, queda reflejado lo siguiente:
“En este año me encargaré de las riendas del Estado, acto de suma trascendencia tal y como están las cosas, porque de mí depende si ha de quedar en España la Monarquía borbónica o la República ”
El espíritu regeneracionista, representado por Cánovas del Castillo en tantas intervenciones frente a los pronunciamientos militares y el fraude electoral de los caciques locales, trae paz y prosperidad, pero sin desaparecer por completo el temor de alguna conmoción social venida de manos anarquistas.
Cánovas es asesinado en 1897, y Sagasta muere en 1903 en pleno reinado de Alfonso XIII.
Maura y Canalejas aparecen en escena como dos hombres de Estado en los que se pone la esperanza de la regeneración deseada. Pero el primero muere en al semana trágica de Barcelona de 1909, y Canalejas es asesinado a manos de otro anarquista en 1912.
La Semana Trágica de Barcelona, causada por el malestar de los reservistas enviados a Marruecos en el conflicto de las tribus rifeñas en sus ataques a Ceuta y Melilla, llega a su punto más álgido con motivo del desastre del “barranco del Lobo”.
Cataluña, que había padecido en sus propias carnes ese reclutamiento de reservistas vinculados al batallón de Cazadores de Barcelona, une este malestar a una sensación de maltrecha política central que pierde guerras allí donde va, y es entonces cuando se enciende con gran virulencia la llama del separatismo con algaradas del movimiento obrero anarquista espoleado por Lerroux, cuyas consignas a la juventud son verdaderamente escalofriantes:
…“rebelaos contra todo, entrad a saco en la civilización decadente y miserable…destruid también los templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres para civilizar la especie…” (“Biografía de una Nación”, de Manuel Fernández Álvarez).
No es extraño que a estas consignas siguieran altercados de todo tipo con quema de iglesias, asalto de conventos, violaciones y asesinatos perpetrados por la Mano Negra de una asociación anarquista virulenta, autora de la matanza del teatro de la ópera en el Liceo de Barcelona, en la que “en la jornada del 7 de noviembre, un anarquista, apostado en lo alto de la gradería, lanzó sobre el patio de butacas dos bombas que causaron 15 muertos y un número indeterminado de heridos”.
“En 1896, el 7 de junio, también otro anarquista lanza una bomba en la procesión del Corpus Christi con 11 muertos y heridos, entre ellos muchos niños.”
Es inmensa la lista de atentados, de modo que casi en dos décadas mueren 5 presidentes de gobierno con Eduardo Dato en 1921, como represalia, parece ser, por la implantación en Barcelona de la “ley de fugas”.
Ramos Oliveira, historiador republicano, hace balance en su Historia de España de esta época diciendo que la fuerza bruta del Estado se ejerce contra la fuerza del crimen.
Y por si fuera poco, el desastre de Annual, en este mismo año de 1921, acaba con miles de muertos entre las tropas españolas en África.
Los separatismos, catalán, vasco y gallego se acrecientan, y tal vez por el fracaso de los gobiernos de Madrid en todas estas lides, hallándose también implicadas las guerras carlistas como episodios de rebelión contra España.
A finales de siglo, surge un partido catalán: la Lliga de Catalunya, en 1887. Prat de la Riba proclama a Cataluña como una nación, y Cambó, la independencia.
A este respecto, Madariaga comenta:
“Castilla es lenta, espantosamente lenta, pero se mueve al mismo despertar de Cataluña”.
Y Manuel Fernández Álvarez comenta en la obra citada que habría que lamentar hoy que en la expansión del Imperio español no se contara con los catalanes como grandes emprendedores en el comercio y la navegación, y que además el testamento de Isabel la Católica los ignorara por completo.
Sea como fuere, tal vez de aquellos polvos, estos lodos, y el descontento catalán se acumula hasta hoy mismo.
En la década de los años veinte es tal el cúmulo de problemas que cercan el prestigio del Rey, Alfonso XIII, que se cree necesaria la intervención del Ejército en la cabeza de un capitán general de Cataluña, Primo de Rivera, en 1923 que, si bien en un principio tiene como objetivo restaurar el orden ante tanto desconcierto callejero, y manu militari acabar con el terrorismo anarquista y los pistoleros al servicio de la unión empresarial que se habían tomado la justicia por su mano, sin embargo más tarde sustituye el Directorio Militar por uno Civil, que termina en Asamblea Nacional y un partido llamado Unión Nacional con el objeto ahora de perpetuarse en el poder, como si de una evocación del fascismo italiano se tratase.
El problema de Marruecos sigue en pie y en sus manos. El caudillo rifeño Abd-el Krim, que había derrotado a España en Annual, (el llamado “Desastre de Anual”), por sorpresa invade la zona francesa, lo que lleva a Francia ante el temor de lo imprevisto a un acuerdo militar con España para acabar con esa situación imprevisible de una expansión rifeña incontrolada.
Tropas francesas dirigidas por Petain y españolas por Sanjurjo, con el desembarco de Alhucemas de dos soldados españoles, el general Franco al mando de la Legión y Muñoz Grandes al mando de los Regulares, dan por resuelto el conflicto marroquí en 1925.
Primo de Rivera se ve también envuelto por un conflicto universitario reaccionando con el cierre del Ateneo de Madrid y la persecución de intelectuales disconformes con el régimen, como Miguel de Unamuno, desterrado a Fuerteventura y exiliado en Francia.
Fue la época de asociaciones estudiantiles como la FUE , (Federación Universitaria Española).
Tan insostenible era aquella situación que el Rey le exige que presente su dimisión. El caso Berenguer y del almirante Aznar son extremos de descomposición política y de la desconfianza en el Rey, terminando en el Pacto de San Sebastián entre derechas e izquierdas.
Hasta tal punto se manifiesta un clima revolucionario, que se pierde la calma y surge un alzamiento militar en Jaca y en Madrid, en 1930. En Jaca con los capitanes Galán y García Hernández y un teniente Anitua, (los dos primeros fueron fusilados y el otro fugado). En Madrid, Queipo de Llano y el comandante Ramón Franco.
Así las cosas, el 12 de abril de 1931, el gobierno de Aznar convoca elecciones municipales como mero trámite para reforzar la monarquía, y lo que sucedió fue un plebiscito contra el rey. De hecho, como dije más arriba, las elecciones las ganó la monarquía.
El Diario “ABC” en la mañana del 14 de abril dice: “de las urnas salieron 22.150 concejales monárquicos frente a 5.875 republicanos” Pero en las capitales de provincia la cosa cambiaba, y 953 concejales republicanos frente a 602 monárquicos se llevaron el gato al agua, de tal modo que el panorama geográfico de España quedaba así: de 50 ciudades, 9 monárquicas y el resto republicanas. Y para más abundamiento, las 9 provincias eran: Soria, Pamplona, Lugo, Gerona, Cádiz, Burgos, Palma de Mallorca, Ávila y Vitoria.
El resto es ya anecdotario de hemeroteca: “en la mañana del 14 de abril, a las seis de la madrugada, los concejales de Eibar proclaman la República , no tardando en extenderse la noticia por todo el territorio nacional, lo que lleva a Romanones, ministro de Estado, a entrevistarse con el rey. Unas horas más tarde, en casa del Dr. Gregorio Marañón, en Madrid, se decide la salida del monarca”
En Cataluña, Luis Companys, de Esquerra Catalana, y Maciá, presidente del Estat Catalá, anuncian la República.
En la Puerta del Sol, a las 9 de la noche, Alcalá Zamora proclamaba la República por radio a todo el país.
El Rey, preso de su asombro, pronunció estas palabras:
“… habría muchos dispuestos al sacrificio de la vida por mí; pero también habría muchos que no, provocándose una guerra civil y derramamiento de sangre, del que yo no quiero asumir la responsabilidad”
Era el fin del reinado de Alfonso XIII.
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