sábado, 16 de febrero de 2013

 



EL ESPEJISMO DEL BIEN Y DEL MAL

-23 de Enero de 2013 por José Luis Gómez Fernández

Imagen del polémico reportaje de The New York Times "In Spain austerity and hunger"

Con alguna frecuencia nos encontramos en los medios digitales, más que en los de papel, con hechos tétricos, desesperantes, “malos”, que impiden que el bien reine entre los humanos; unas veces circulan como un rumor entre nuestros semejantes, otras los leemos en la prensa o se disuelven como cotidianos a nuestro alrededor sin poder sustraernos al plomizo impacto de su presencia.

Pero, lo cierto es que se contabilizan en España tres mil suicidios anuales. Antes se decía que se omitía su publicación por el efecto imitación. Cuando se pierde el pudor de la noticia, se tiende a exagerarla. Esta era la razón de su ocultación. De todos modos, los periódicos gratuitos que circulan en el Metro o en las Grandes Superficies se retraen de publicar tales noticias o de dar cuenta de otras que apenas hallan un hueco en un pequeño recuadro perdido en alguno de sus rincones para que no nos enteremos demasiado cómo miles de personas husmean en los contenedores de basura cada día o se apuestan a la puerta de los hoteles al atardecer para repartirse las migajas sobrantes del día, o cómo duermen debajo de los puentes de la M-30 u otros similares en Provincias.

¿Acaso los Comedores de Caritas y las colas de indigentes que se forman en la calle de Martínez Campos de Madrid, desde primeras horas de la mañana, dejan de ser noticia de portada en los periódicos?

¡Ah! por cierto ¿alguien sabe dónde se ubican los Comedores de indigentes de la UGT y CCOO, ya que estos heredaron del Franquismo soberbios edificios por todo el territorio nacional? ¿Podrían…dedicarse en sus ratos libres a hacer recuento de los pobres y llevar un pedazo de pan a sus bocas y un lecho donde dormir?. No, de ninguna manera, el MAL se ha instalado en la Institución Sindical y se convive con él. El BIEN solo brilla en las palabras y en las teorías.

La contabilidad podría extenderse a las miles de familias que cuentan en el seno de su hogar con algún ser querido aquejado física o mentalmente y que silenciosamente cargan con una tarea sobreañadida que debió desde el minuto uno corresponder al Estado, a un Estado moderno del que tanto se presume, y que sin embargo nos sobrecoge cómo puedan en esos hogares arreglárselas cada día, cada hora, cada minuto de cada año.

Y por si el círculo no fuese suficientemente amplio, ¿nos hemos parado a pensar en los doscientos millones de niños/as, en distintos países emergentes, que son obligados a coger las armas o forzados en trabajos que minan su salud física y mental?

No voy a continuar enumerando el camino del MAL porque no quedaría espacio para trazar unas coordenadas cartesianas que nos permitieran cruzar los datos de los hechos con los propósitos y las teorías de la ciencia política y económica en un diseño de esperanza para resolverlos. Es decir, cuadrar los hechos con los programas titiriteros de la partitocracia en una deslumbrante DEMOCRACIA moderna que se calienta al sol. En otras palabras, hacer un ajuste entre la teoría y la práctica, entre lo que se dice y lo que se hace. Nos marean cada día con cifras macroeconómicas, que no podemos dominar ni nos interesan demasiado, y la microeconomía de cada familia y hogar queda olvidada y sin atender.

Ahora bien, ¿cómo cruzar el MAL con el BIEN si parece que siempre vienen solapados como el anverso y el reverso de una misma moneda?
En la cultura greco-romana, de la que somos herederos, el bien y el mal aparecen, es cierto, como el anverso y el reverso de una misma medalla; medalla que parece regir la vida y la muerte como principio de regulación del BIEN (la vida) y del MAL (la muerte) y con la que nos permitimos evaluar apreciaciones morales y clasificar a buenos y malos en virtud de su aproximación a la vida o a la muerte.

¿No es cierto que la vida, la salud, lo joven, el cuerpo en buena forma, son mirados como el bien por excelencia frente a la vejez, la enfermedad o la decrepitud como mal cercano a la muerte?. El problema de la eutanasia como suavización del dolor ante la muerte se cuestiona en la religión cristiana evocando la muerte dolorosa de su fundador.

El impulso a vivir (el ímpetus de Spinoza) y la firmeza en el ser constituye el fundamento de la ética. Y, entonces, el fundamento de la moral ¿dónde está? Para contestar a esta pregunta habría que citar a los clásicos latinos cuando decían: "video meliora proboque, deteriora sequor", veo lo mejor y lo apruebo, sin embargo sigo lo peor. Se carga la cuenta del mal en la torpeza del hombre, y se culpabiliza por ello.

Pero, ¿en virtud de qué regla medimos el bien como bien y vituperamos el mal como mal? Pues, sencillamente, en virtud de la convivencia social, y son las reglas morales las ineludibles para salvaguardarla.

Sin embargo, la convivencia social en la sociedad no es la misma para todos los tiempos ni para todos los espacios geográficos. Las religiones ocupan un espacio en la constitución de una sociedad.

Los maniqueístas, contra los que luchó S. Agustín, sostenían que existía un principio del BIEN y otro del MAL, es decir se los imaginaba como dos fuentes de las que provenían los bienes y los males; ¿en virtud de qué repartición o qué poderío? Eso ya eran cuestiones morales que se encargarían de dilucidar los entendidos. De todos modos se trataba de Dios y el Diablo.

Si nos imaginamos el bien y el mal como conceptos vectoriales geométricos que se dibujan en el espacio y en el tiempo de nuestro mundo social, moral o religioso, tenderemos fácilmente a unir los extremos del bien con un SER SUPREMO (DIOS) y al mal con otro SER SUPREMO (DEMONIO).

Que todo el mundo tiene un esquema en la cabeza de cómo concibe la vida, eso es incuestionable. Pregúntese aquí o allá y se verá que ...

no son pocos hoy, tanto en la tradición cultural occidental como en la oriental, los que creen ciegamente en un DESTINO que reparte suerte para unos benéfico, (la suerte en la lotería) y para otros, atroz, maléfico (como una enfermedad, una muerte de tráfico etc.) como si un ojo estuviera viendo y vigilando nuestros movimientos desde las estrellas o desde la brisa del mar en calma o embravecido o la cumbre de una montaña como el Everés para tantos que lo desafían cada año.

Una actitud de tal magnitud como ésta hace retroceder a quien vive en esa creencia a la edad del animismo primitivo más salvaje. Tylor habla de esto en su libro "La cultura primitiva" .

La cuestión moral del bien y del mal quedó supeditada durante la edad media al referente del Dios Supremo como creador del mundo sin mezcla de mal alguno, y con Descartes en el siglo XVII se abre en canal la sospecha de que el ser moral moderno radica en un sujeto de pensamiento que, libre de las ataduras morales de la autoridad eclesiástica y temeroso de la existencia de la realidad tal como venía sostenida por las fuertes columnas de la autoridad tradicional flanqueada por la Teología y la Filosofía Escolástica, se adhiere a la originalidad del pensamiento como sublime fuente de conocimiento que se extiende al resto de las dimensiones del mundo real, incluyendo a Dios como sustancia suprema de sostenibilidad del Universo.

Fue difícil superar esta fase y sustraerse a una doctrina profesada por eminentes filósofos y teólogos durante siglos y que, bajo coordenadas filosóficas distintas, siguieron sosteniendo hombres como Leibniz, Newton, Kant y Hegel.

Rousseau sostuvo que el hombre era bueno por naturaleza (el buen salvaje: todos recordarán la película de Truffot) y que solo la civilización había terminado por hacerlo malo.

Hobbes, sin embargo, dijo que el hombre era malo por naturaleza; era un lobo para el hombre (homo homini lupus) y el único remedio para mantenerlo unido en convivencia con los demás, era someterlo al Leviatán, a un Estado fuerte.

En pleno apogeo del luteranismo, nos dice Max Weber, en "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", la forma de distinguir a los buenos como elegidos y a los malos como damnificados era medir su actividad económica. ¡Vamos! que los ricos demostrarían más derecho a la salvación que los pobres. He ahí el gran contraste doctrinal de unos y de otros.

Pero, ante todo no metamos la cerviz debajo del ala, y despertemos y atrevámonos a saber, (como nos recuerda Kant : sapere aude), porque saber es despertar del sueño de la ignorancia.

Tanto el bien como el mal no son ni han sido unívocos (quiero decir, del mismo modo) a lo largo de la historia sino análogos (diferentes) con analogía de proporcionalidad, y ésta siempre se la halla en proceso evolutivo, como todo en este mundo; nada hay pétreo, sustancial e inamovible; todo está sujeto a cambio como dijo Heráclito hace veintiséis siglos. "Nadie se baña dos veces en el mismo río".

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EL ESPEJISMO DEL BIEN Y DEL MAL

-23 de Enero de 2013 por José Luis Gómez Fernández

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miércoles, 6 de febrero de 2013

LA FELICIDAD, UN MITO MÁS











LA FELICIDAD, UN MITO MÁS

-4 de Febrero por José Luis Gómez Fernández.



Este título es, como si dijéramos, una exigencia del programa trazado ya por el contenido de las dos anteriores exposiciones: LA TERTULIA Y LA AMISTAD y EL ESPEJISMO DEL BIEN Y DEL MAL.

Si bien es cierto que una reciente relectura del libro “El mito de la felicidad” con un sugerente subtítulo “Autoayuda para desengaño de quienes buscan ser felices”,de GUSTAVO BUENO, del año 2005, Ediciones B, hoy agotado, me ha inclinado a no dudar de la elección del tema para esta semana.

La felicidad es una palabra en boca de todo el mundo y con pretensión oceánica de inundar derechos, deberes y Estados de Bienestar. Sin embargo, si reflexionamos detenidamente en su concepto, nos vemos envueltos en un mar de confusiones y en otros tantos significados diferentes. Para unos, la felicidad bastaría reducirla al placer, pero como éste es efímero, muy variado y de rangos diferentes, se extendería sin solución de continuidad hasta extremos indescriptibles y según el carácter e idiosincrasia de cada uno. Para uno que no ha comido en todo el día, su felicidad se agotaría en un plato de lentejas. Para otro, satisfecho en ese aspecto, quizás encontraría un rincón de felicidad en el placer de una lectura o en el recreo de una película. Y así sucesivamente.

Los epicúreos, que sostenían que la felicidad consistía en el placer, discernían sin embargo los niveles de ese placer, y rebasar su límite sería caer en el dolor y la desgracia; eran muy sutiles a la hora de la elección. Hoy nos sobran ejemplos donde circunscribir estos episodios epicúreos (el placer de beber (“el botellón”) degenera en coma etílico, por ej. y cosas por el estilo que a los griegos no les pasaban desapercibidas.

No cabe duda que estamos ante un tema complejo que no resiste un análisis de lo que entiende comúnmente el vulgo por ser feliz o buscar impaciente la felicidad si no se quiere caer en contradicciones constantes en un asunto tan resbaladizo que nos llevaría a situaciones en las que, lo que para unos podría ser el culmen de su felicidad, para otros sería un cúmulo de desgracia a corto, medio o largo plazo.

Esto ya nos indica que el concepto no es ni uno ni unívoco, sino que existen varios y analogados conceptos de felicidad dentro de la misma estirpe.

Los conceptos de felicidad o estados felicitarios provienen todos de las ciencias positivas, ya sean físicas, biológicas, médicas, antropológicas, psicológicas o históricas. Así por ejemplo, sentirse con salud, con biorritmos estacionales óptimos, con un desarrollo de mente sana en cuerpo sano, con amigos y sus correspondientes respuestas afectivas, son sin duda conceptos asistidos desde la física, la biología, la psicología social o la historia.

Pero, si además de esto profundizáramos en qué idea de felicidad subyace en el interior de quien dice perseguirla por tierra, mar y aire, nos encontraríamos con ideologías peregrinas de tinte político, religioso o filosófico, pues no sería la misma idea felicitaria la que busca un comunista que la idea felicitaria que busca uno con un ideal religioso o filosófico aristotélico o escolástico.

Una creencia religiosa determinada como es el caso del libro sobre la felicidad de Julián Marías en el que se aprecia ésta como “buena ventura” semejante al año con que nos felicitamos un “venturoso año nuevo”, que Julián Marías liga la felicidad a las bienaventuranzas evangélicas.

En todo caso, el panorama sobre la felicidad no lo habríamos rebasado en el estado en el que lo dejó Aristóteles o Séneca cuando aquél en "La ética a Nicómaco o éste en su “De vita beata”dijo aquello de: “todos los hombres quieren ser felices”, y desde luego nos cruzaríamos con el problema sin haber avanzado un milímetro más allá de esa lapidaria frase.

Sí, muy bien, pero ¿qué es la felicidad? Tampoco Séneca la contestó, ¿por qué?, porque no hay respuesta filosófica. No existe un principio de felicidad o una idea apartada (exenta) en los cielos de la estructura humana que pueda vislumbrarse como inscrita en la naturaleza y distribuida con proporcionalidad a las distintas situaciones culturales, religiosas o sociológicas de las más variadas civilizaciones.

Fichte parece haber despachado la cuestión de la felicidad diciendo que “la vida humana es ella misma felicidad”.

No podemos afirmar ligeramente que somos felices por naturaleza, (recordemos aquello de la bondad (léase felicidad) de Rousseau del artículo anterior al hablar del bien y del mal).

Entonces ¿qué ocurre? Que abundan sin cesar libros de autoayuda para salir del paso.

Encima de mi mesa, además del libro de G. BUENO, tengo “La conquista de la felicidad” de Bertrand Russell, publicado en 1930, con muchas ediciones, y que pertenecería a esa clase de literatura filosófica, no infrecuente, de dar recetas de recomendación para no caer en desánimo cuando uno pueda sentir asechanzas depresivas.

También tengo delante otros dos libros: “Una teoría de la felicidad” de Enrique Rojas, médico psiquiatra, con no pocas ediciones, y “Nuestra felicidad” de otro psiquiatra, Luis Rojas Marcos. Ambos tratados despliegan sus conocimientos médicos con el objetivo, muy loable por otra parte, de echar una mano a los “infelices”, pero sin profundizar más allá de citas proverbiales, frases impactantes que intentan conmover el ánimo del lector e inducirle a probar nuevos caminos para sentirse bien, etc.

Es decir, libros que se publicitan con bombo y platillo, aumentan sus ediciones, vacían los bolsillos de la gente no avisada, y no sirven sino para efímeros e ilusos consuelos.

En ésta, como en todas las cuestiones filosóficas, la primera exigencia académica es aprender a aclarar y clasificar las cosas por los términos, los conceptos y las ideas, y a eso se le llama cuestión gnoseológica. En este asunto han de clasificarse los estados de ánimo o sentimientos que circunscriben la afectación de ese fenómeno de felicidad o infelicidad en su entorno como en su dintorno, es decir, fuera como dentro de uno.

Es lo que se entiende en filosofía por estado de la cuestión: aclarar de qué se está hablando.

El título de este trabajo dice: un mito más. El mito es una ficción. No obstante, apreciamos que no hay culturas ni civilizaciones sin mitos. Hoy mismo, a través de la televisión y los medios audiovisuales convivimos entroncados con mitos diarios, y parece no importarnos porque los aceptamos como no extraños.

El hombre ha vivido envuelto entre mitos desde la antigüedad. Los griegos aseveraban que el mundo estaballeno de dioses. Sócrates fue condenado por impiedad, es decir, por no creer en los dioses, (lo que hoy se entendería por ateo).

Y cuando los filósofospresocráticos quisieron poner un poco de racionalidad a tal estado de cosas es cuando nace propiamente la Filosofía. Pero nunca se acabó con los mitos, y hasta Platón utiliza el Mito de la Caverna para dilucidar el juego de luces y sombras que envuelven al hombre hasta poner pie en tierra firme.

Y ahora permítaseme concluir con una transcripción del propio GUSTAVO BUENO sobre la felicidad:
«La filosofía de la felicidades una cáscara vacía cuando la felicidad se ha separado de los contenidos metafísicos que le dieron origen. Y a esta confusión contribuyen los abundantes libros, que arrojan sucesivamente al mercado las editoriales, titulados filosofía de la felicidad, escritos generalmente por profesores de filosofía que meten en el mismo saco, con objeto de llenar el cupo de páginas concedidas, una exposición de Epicuro y una de Aristóteles, a Santo Tomás y a Bertrand Russell, como si todos ellos fueran respuestas alternativas a una misma cuestión previa y exenta: la Idea de la Felicidad humana.» (Gustavo Bueno, El mito de la felicidad, 2005)

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