jueves, 4 de abril de 2013

EL SENTIDO DE LA VIDA (2ª PARTE)


EL SENTIDO DE LA VIDA (2ª parte)
José Luis Gómez Fernández
Cuando hablamos del sentido de las cosas o de las palabras o de las conductas morales o éticas, es tanto como preguntarnos por el sentido de la flecha que en un cruce de caminos nos indica la dirección que hemos de tomar y la que hemos de abandonar.
Entonces, preguntar por el sentido de algo, de una acción o de una omisión será tanto como preguntar por ¿qué fin perseguimos con nuestras acciones, nuestras omisiones, nuestros proyectos a corto, medio o largo plazo?
Y si trasladamos estas preguntas de la vida cotidiana a la vida total del individuo y de la persona humana o de los pueblos, ¿con qué respuesta podemos encontrarnos?
Por una parte, de la vida global de las personas, de los pueblos y de las civilizaciones nadie puede saber nada sino después de que ha transcurrido el tiempo de ese curso de la vida a la muerte; y esa valoración ya será hecha por los demás. Son los otros los que mueren. Uno solo tiene conciencia de su limitación por la muerte de los demás. Por eso solo en el seno de la vida social (restrínjase o amplíese cuanto se desee: la vida social como reducto familiar, la vida social como generación o saga, la vida social como estructura de una civilización) se abarca la experiencia de la muerte de los demás y pueden evaluarse las acciones como exaltación de valores humanos o reprobarse como inhumanos.
En este mismo plano se encontraría la teoría de Spengler cuando sostiene que las civilizaciones son y se comportan como organismos vivientes que nacen, crecen, se desarrollan y mueren, pudiéndose evaluar su transcurso a lo largo de su periplo.
Por otra parte, la vida de unos y de otros, de personas, pueblos y civilizaciones, de ninguna manera puede concebirse flotando en el aire como si se las contemplase al margen de relaciones con otros (de humanos con humanos, y también de humanos con no humanos, sentido circular y sentido angular, de los que nos habla G. Bueno); pero tampoco pueden quedar al margen de las relaciones con la Naturaleza, (otra vez G. Bueno habla de relaciones radiales) que implican el modo de sostenerse la vida, alimentarse, dotarla, crearla, transformarla, huir de la hostilidad, morir pero perpetuar la especie.
Estas dimensiones tienen al hombre atado (religado, diría Zubiri poniendo el énfasis en la religación religiosa) a la creación cultural, a la religación personal (Epicuro), a la religación cósmica y a la religación religiosa.
Desde el punto de vista antropológico o ético (no así desde el punto de vista filosófico como el de Epicuro, o sociológico como el de Rousseau) se ha concebido siempre que el sentido de la vida consiste en la cultura como forma y valor que más identifica al hombre con lo humano-espiritual. Al escribir esto me acuerdo de una frase de Hörderlin que reproduzco más o menos literalmente: "lo más bello es también lo más santo", sin menoscabo de que la época romántica de Hörderlin exaltara el Arte por encima de la Naturaleza y convirtiera lo Infinito en finita expresión artística.
El hombre también se halla atado a la convivencia en el grupo. El sentido de la vida del individuo en el grupo familiar, de afinidad cultural, ideológica o religiosa consiste en ser reconocido, aceptado e incluso exaltado por el grupo, y ese sería su máximo valor y sentido de su vida. Suele decirse a veces que un individuo en el grupo adquiere un nueva dimensión ontológica y un poder inusitado, con una imagen de sí mismo que desborda su propia realidad hasta creerse otro que sí mismo, como el ejemplo de mirarse con el mirar con que le miran en el grupo, no con su propio mirar (que tal vez ha quedado diluido como gota en el charco). Es lo que ocurre con la pertenencia ciega a un partido que no deja lugar a la crítica individual. Es el fanatismo puro y duro. Cuando se pierde la capacidad psicológica de juzgar las cosas por sí mismo sin miedo al qué dirán o a la pérdida de influencia en el status social, has muerto, ya no eres nadie.
Otra atadura, que termina por llamarse "religación cósmica" es la profesada por los ecologistas a quienes podría llamárseles también Panteístas, es decir, adoradores de la Naturaleza, cuyo sentido máximo de su vida sería fundirse en ella con los sabios sabores de su SABIDURÍA.
La otra noche, en un documental de IV milenio, me sobrecogió el recuento de doscientos montañeros atrapados entre la nieve del Iverest, que yacen allí sepultados para la eternidad y que buscaron voluntariamente vivir con sentido su vida y morir como conciencia de su limitación. Visto desde aquí es para unos, grandeza de espíritu, para otros, suma estupidez.
Finalmente nos hallamos ante la religación religiosa entendida como relación de la vida humana con otras vidas no humanas. G. Bueno llama “Númenes” a estos sujetos vivientes en cuanto que cabe un nexo transcendental entre ellos, es decir, una relación de admiración, temor, gratitud, súplica etc…
Transcribo de EL SENTIDO DE LA VIDA de G. Bueno, uno de los textos más significativos para entender y diferenciar las religiones teológicas de las religiones positivas.
“Las religiones positivas -es decir, no las religiones teológicas, que son construcciones
Académicas de teólogos y de filósofos- no tienen nada que ver con
Dios. Tienen que ver, eso sí, con los dioses finitos de figura reconocible (Zeus,
Apolo, Isis, Mitra...) o, en general, con los númenes vivientes, dotados de faz, de
bulto (de vM/f«í = rostro). Estos «bultos numinosos», corpóreos, pueden parecer
imaginarios, o al menos desconocidos, inciertos como los démones aéreos del helenismo,
que hoy llamamos extraterrestres. Pero hay casos en que esos númenes,
sin dejar de serlo, se han presentado al hombre con figuras corpóreas tan positivas
como puedan serlo ciertos animales nimbados de misterio, ya sea por su enorme
poder (el oso, el búfalo) ya sea por sus enigmáticas formas de conducta (como
ocurre con algunos insectos o reptiles). De este modo, comprobamos cómo prácticamente
la totalidad de las religiones positivas han de definirse por las relaciones
(de culto, oración, engaño...) no ya del hombre con Dios, sino de los hombres
con númenes zoomórfícos”.
Celso, autor de la Doctrina Verdadera (un alegato
contra los cristianos) lo había observado:
«Pasa aquí [dice refiriéndose a los cristianos] como con los templos egipcios. Cuando
uno se acerca a ellos, contempla espléndidos recintos sagrados y bosques, grandes y
bellos pórticos, santuarios maravillosos, soberbios peristilos y hasta ceremonias que
infunden religioso temor y misterio; pero una vez que está uno dentro y que se ha llegado
a lo más íntimo, se encuentra con que es un gato, un mono, un cocodrilo, un
Macho cabrío o un perro lo que allí es adorado.»

EL SENTIDO DE LA VIDA (1ª PARTE)


EL SENTIDO DE LA VIDA
José Luis Gómez Fernández
No queda tan alejado este tema de los tres últimos: sobre la amistad, el bien y el mal y la felicidad. Tampoco quiero decir con esto que pretenda coronar con él el problema humano de estas características.
Quedarán flecos sueltos sobre la vida humana en el aspecto de la felicidad tanto como en sortear con eficacia el bien y evitar el mal, así como en acertar con la amistad que llene tu vida y le dé sentido; sin embargo nunca sabremos cómo seleccionar estos cabos sueltos en el laboratorio de una investigación antropológica que satisfaga de modo contundente y para todos los tiempos. Nada puede afirmarse globalmente. Vivimos a sorbos la vida y la fragmentamos por etapas.
Recordemos una vez más aquella frase de Heráclito: “nadie se baña dos veces en el mismo río” y es porque la corriente nos define y acaricia nuestra piel de distinto modo y en distinto tiempo. Venimos de un río antrópico, tal vez del australopitecus pasando por el homo erectus, el ergaster, el neandertal, el cromañón, el homo sapiens hasta el homo estúpidus de hoy. Mira que si la corriente del río se hubiera parado en Atapuerca!.
Mucha gente sigue empecinada en que todos nuestros avatares, tanto favorables como desfavorables, incluida la muerte, están registrados en las estrellas o en alguna extraña galaxia y distante a años luz, o algo así. Es decir, que es demasiado frecuente encontrarse con gente que cree en el destino ciego, en aquél en el que todos nuestros pasos y acontecimientos se hallan medidos y calculados; y lo que tiene que pasar, pasará. Estaba escrito suele decirse. Semejante barbaridad hay que desbancarla porque no cabe en una civilización moderna.
Hay que deshacerse de esta creencia. Un lavado de cerebro que evitaría muchas depresiones raras que ensombrecen los días y las noches de muchas personas y serviría de terapia para otras muchas situaciones de incertidumbre, las de casi todos los días, porque las venticuatro horas no están numeradas, a veces detrás de las cuatro no vienen las cinco. Los neurólogos, los psiquiatras y sobre todo los psicólogos acientíficos verían mermada su clientela y su negocio en el diván disminuiría.
No hay un destino humano, pues éste quedó cancelado en la Tragedia griega donde los dioses olímpicos decidían sobre la hacienda, la vida y la muerte de los individuos y de las cosmópolis.
Pero, sin embargo, ¿no es cierto que está en boca de todo el mundo que la pregunta más profunda de la filosofía radica precisamente en esta cuestión: el sentido de la vida?
Desde el bachillerato retintinea en las clases de filosofía esta pregunta como la más cercana para definir al hombre como el ser capaz de interrogarse por el sentido del ser, de la existencia, de la vida, de la muerte. Filósofos como Heidegger, Sartre, Sto. Tomás etc están ahí presentes ante esta cuestión.
Y es aquí, precisamente, donde surgen cascadas de respuestas para todos los gustos, desde las religiosas a las morales y políticas, no faltando tampoco las de aquellos que, lejos de encontrar sentido a la vida, lo que encuentran es un contrasentido, ya que la muerte es inevitable y nos espera a la vuelta de cualquier esquina. Alguien nos recuerda, como relato novelesco, que “la vida es la ejecución de una comedia o incluso una tragedia escrita por un idiota”. Y Calderón decía: "la vida es sueño".
¿Dónde nos encontramos? Para resumir y evitando la complejidad del asunto, me limito a reseñar la vida del individuo, la vida del grupo y la vida de la humanidad. Cada una de estas esferas se halla entretejida con las demás, y de donde sale la globalización del todo como unidad y adquiere sentido la pregunta por el sentido de la vida, porque ésta no se nos da flotando en el aire sin contactos sino en el grupo y la totalidad de la humanidad.
En una palabra, que el sentido global de la vida se halla religada por una parte a la cultura, por otra, al grupo humano (las relaciones humanas), por otra, al Cosmos (relación transcendente e impersonal, tal como sucedió con el deismo de la Ilustración), y por otra, a la religión como una dimensión transcendental que posibilita al hombre el trato o la imprecación con entidades no humanas (que G. Bueno llama númenes) y que son positivas porque de ellas emana la verdadera religión primitiva de las Cuevas de Altamira.
(y esto tendría que continuar con una 2ª parte...)

LAS FISURAS DE LA DEMOCRACIA


LAS FISURAS DE LA DEMOCRACIA
José Luis Gómez Fernández
Está en boca de todo el mundo el dicho de que la democracia es el sistema de organización política menos malo de cuantos existen. Todos son malos, por lo visto: las monarquías, las oligarquías, las tiranías, pero también las democracias porque son máscaras o ficciones de que no es uno (el rey) ni algunos pocos (los aristócratas o los oligarcas) sino todos (el demos, el pueblo) los que gobiernan. Y se ha hecho creer al “pueblo” que si no eres tú directamente el que puedas decidir lo que hay que hacer y cómo hay que hacerlo, lo puedas delegar en un representante. Es la democracia Procedimental, y cada cuatro años repites el procedimiento, como el eterno retorno de Nietzche, y terminas por creerte el protagonista de la democracia. Mayor ingenuidad no cabe.
¿No es una fisura de la democracia la imposición de los Partidos políticos con listas cerradas? ¿No lo es también que los administradores religiosos (los políticos) a los que confiaste tu vida y tu hacienda se encargarán de destruir la primera y arruinar la segunda? ¿No lo es acaso la impunidad de tantos políticos, incursos en imputaciones y procesos judiciales, que siguen en sus cargos como si nada? ¿No lo es acaso también el incumplimiento de las leyes y la prescripción de los delitos cuando afecta a cargos públicos? Y los indultos, ¿para quién son
¿Puede una democracia soportar la politización de la justicia? Las leyes, a las que estrictamente ha de atenerse la interpretación del Derecho, no alcanzan a todos por igual. El espíritu del Código Penal sobre la rehabilitación del reo ha sido llevada en muchas ocasiones a tales extremos que hasta el delincuente se ríe de la debilidad de la aplicación de la ley, y la Guardia Civil y Policía quedan sin autoridad.
Ahora bien, cuando eres pisoteado por la Administración pública ¿podrás resarcirte de tus pérdidas y de haber sido engañado recurriendo a la JUSTICIA? ¿Podrá ésta juzgar a los culpables administrativos penalmente, como en los recientes casos del Banco de España, de Mafo, del partido socialista, de Bankia y tantos otros casos de estafas como las preferentes, y requisar sus bienes patrimoniales para indemnizar a los acreedores?
Por de pronto, tu representante político es un aforado blindado ante la justicia. Con todo esto hay que acabar: con los partidos y sus subvenciones públicas, con los sindicatos, con el Senado que es un peso muerto y con gran coste, con las traducciones etc.
¿No sería mejor, mediante distritos y circunscripciones territoriales, habilitar una elección personal y directa con mandato limitado? En las democracias republicanas el jefe del ejecutivo podría ser jefe del Estado o presidente de la República.
Querámoslo o no, hablar de democracia requiere una vuelta a la historia ateniense, y cuando Tucídides, que relata el discurso de Pericles en la ceremonia de los muertos en combate, exalta la virtud de la igualdad entre ricos y pobres, entre artesanos y nobles a la hora de opinar sobre los asuntos de organización política, esa igualdad no excluía ni siquiera a los que no sabían leer ni escribir, (recurriéndose a un primer procedimiento de votación en urnas depositando en una vasija piedras blancas o negras según fuese el voto afirmativo o negativo).
Esto hay que saberlo. Que, cuando se habla de ser iguales, no es la idea de igualdad humana, sino la igualdad política, es decir aquella que confiere al hombre ser ciudadano de la Polis, de la organización política, de la que no puedes ser excluido en virtud precisamente de la democracia política. Hablando de Atenas, en virtud de ser ateniense. Hablando de España, en virtud de ser español, (no en virtud de ser catalán, vasco o gallego).
El secreto de la “igualdad” empezó en Atenas por ser una igualdad política. Eran iguales por ser de la ciudad, de la polis, como sostenía Sócrates frente a Protágoras. Ciudadanos, de ciudad, no son hombres antes de ser atenienses sino que son animales políticos porque son atenienses, lacedemonios o cretenses que buscan el bien de su ciudad, no el de la humanidad en abstracto; por eso mismo si alguien se siente tentado a decir “soy ciudadano de mundo”, cae en la estupidez.
En Atenas, en tiempos de Pericles, no votaban los metecos o extranjeros ni los esclavos, y la solidaridad, que se puso de manifiesto para salvaguardar la democracia, fue una solidaridad de igualdad política frente a enemigos interiores o exteriores, y así no es de extrañar que los atenienses se solidarizasen, cuando llegó el momento, con el imperio macedonio de Filipo y Alejandro ante el peligro de persas y lacedemonios que hacían peligrar su democracia, al menos la que ellos defendían, el esclavismo incluido. Poner a prueba esta solidaridad de igualdad política en España frente a enemigos interiores es un índice de democracia.
Con el nacimiento de la nación política de la Revolución francesa, salvatis salvandis, los individuos de la sociedad civil pasan a formar parte de la sociedad política sin diferencias de clase económica, etnia o profesión, como ser ateniense en la Grecia de Pericles era crédito y salvoconducto de demócrata.
Recuerdo haber leído que en Marne, en la batalla de franceses y prusianos, hacia 1790, los soldados gritaron !viva la nación! como si la nación política proclamase los derechos del ciudadano sin menoscabo de que aflorarsen también los Derechos del hombre como derechos del género humano (género humano homologado con la ampliación de las fronteras francesas como si de toda la humanidad se tratasea, ya que, como decía Napoleón, todas las demás sociedades, aludiendo al Imperio inglés, al Sacro Imperio Romano, al del Zar y al Imperio español, han de plegarse a la francesa.
Y por consiguiente, La Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de 1948, tienen un contenido ético abstracto que envuelve esa ficción de paz perpetua evocada por Kant y reivindicada por el presidente Wilson después de la 1ª guerra mundial con la creación de la Sociedad de Naciones que no fue sino la prefiguración de Las Naciones Unidas de la 2ª guerra mundial. Y ese ideal de pacifismo ha ido tan lejos que ha creado El Tribunal Internacional de Justicia para dirimir cuantos conflictos puedan surgir en las sociedades, pero nunca será eficaz porque no dispondrá de un poder ejecutivo que haga cumplir las sentencias. Es decir, las democracias no solo tienen fisuras sino que son ficciones de la política.