PECADO ORIGINAL
Contesto a todos en general,
aunque haya posiciones de cada uno que hubieran necesitado matizaciones
concretas.
Lo primero que he de decir es que
en mi escrito yo no hago afirmaciones personales sobre Dios ni sobre las
religiones, ni me confieso creyente ni incrédulo; solo hago sugerencias para
liberar el pensamiento y la creencia (de todo punto imprescindible en cualquier
acto humano).
Por tanto, creo que es imprescindible
ver la diferencia sustancial entre saber una cosa o creerla. Ni los creyentes
ni los ateos ni los agnósticos saben nada de los dioses; en eso al menos parten
de cero todos. Ahora bien, la diferencia
entre un ateo, un agnóstico y un creyente radica en lo siguiente: el ateo no sabe si
dios existe o no existe con certeza racional, pero cree que no existe porque
tiene más fuerza para él afirmar eso que lo contrario; el agnóstico no lo sabe
tampoco, pero no considera el asunto de incumbencia para él, y por el momento,
digamos, se abstiene, pasa olímpicamente. Y el creyente que tampoco sabe del
asunto, se inclina firmemente por creer valiéndose de la tradición que es tan fuerte en su conciencia que no
cabe lo contrario para él, bien porque se fía (fe) de una autoridad (dogma,
revelación bíblica o profética) o de una tradición que ha formado parte de su
educación desde la infancia.
Subrayo lo que digo ahí de “
dolosa culpabilidad”, no dolorosa culpabilidad como han entendido algunos,
porque si así fuera, sería un pleonasmo, ya que sentirse culpable siempre es
doloroso; no, sino culpabilidad con dolo
(que se dice en Derecho), es decir, engañosa culpabilidad que ha comenzado con la sentencia del “pecado
original” del que habla el Génesis. Si así fuera, seríamos culpables de algo
que ni hemos comido ni hemos bebido, y la irracionalidad de semejante episodio
cae por su peso en una mente normal.
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