jueves, 4 de abril de 2013

LAS FISURAS DE LA DEMOCRACIA


LAS FISURAS DE LA DEMOCRACIA
José Luis Gómez Fernández
Está en boca de todo el mundo el dicho de que la democracia es el sistema de organización política menos malo de cuantos existen. Todos son malos, por lo visto: las monarquías, las oligarquías, las tiranías, pero también las democracias porque son máscaras o ficciones de que no es uno (el rey) ni algunos pocos (los aristócratas o los oligarcas) sino todos (el demos, el pueblo) los que gobiernan. Y se ha hecho creer al “pueblo” que si no eres tú directamente el que puedas decidir lo que hay que hacer y cómo hay que hacerlo, lo puedas delegar en un representante. Es la democracia Procedimental, y cada cuatro años repites el procedimiento, como el eterno retorno de Nietzche, y terminas por creerte el protagonista de la democracia. Mayor ingenuidad no cabe.
¿No es una fisura de la democracia la imposición de los Partidos políticos con listas cerradas? ¿No lo es también que los administradores religiosos (los políticos) a los que confiaste tu vida y tu hacienda se encargarán de destruir la primera y arruinar la segunda? ¿No lo es acaso la impunidad de tantos políticos, incursos en imputaciones y procesos judiciales, que siguen en sus cargos como si nada? ¿No lo es acaso también el incumplimiento de las leyes y la prescripción de los delitos cuando afecta a cargos públicos? Y los indultos, ¿para quién son
¿Puede una democracia soportar la politización de la justicia? Las leyes, a las que estrictamente ha de atenerse la interpretación del Derecho, no alcanzan a todos por igual. El espíritu del Código Penal sobre la rehabilitación del reo ha sido llevada en muchas ocasiones a tales extremos que hasta el delincuente se ríe de la debilidad de la aplicación de la ley, y la Guardia Civil y Policía quedan sin autoridad.
Ahora bien, cuando eres pisoteado por la Administración pública ¿podrás resarcirte de tus pérdidas y de haber sido engañado recurriendo a la JUSTICIA? ¿Podrá ésta juzgar a los culpables administrativos penalmente, como en los recientes casos del Banco de España, de Mafo, del partido socialista, de Bankia y tantos otros casos de estafas como las preferentes, y requisar sus bienes patrimoniales para indemnizar a los acreedores?
Por de pronto, tu representante político es un aforado blindado ante la justicia. Con todo esto hay que acabar: con los partidos y sus subvenciones públicas, con los sindicatos, con el Senado que es un peso muerto y con gran coste, con las traducciones etc.
¿No sería mejor, mediante distritos y circunscripciones territoriales, habilitar una elección personal y directa con mandato limitado? En las democracias republicanas el jefe del ejecutivo podría ser jefe del Estado o presidente de la República.
Querámoslo o no, hablar de democracia requiere una vuelta a la historia ateniense, y cuando Tucídides, que relata el discurso de Pericles en la ceremonia de los muertos en combate, exalta la virtud de la igualdad entre ricos y pobres, entre artesanos y nobles a la hora de opinar sobre los asuntos de organización política, esa igualdad no excluía ni siquiera a los que no sabían leer ni escribir, (recurriéndose a un primer procedimiento de votación en urnas depositando en una vasija piedras blancas o negras según fuese el voto afirmativo o negativo).
Esto hay que saberlo. Que, cuando se habla de ser iguales, no es la idea de igualdad humana, sino la igualdad política, es decir aquella que confiere al hombre ser ciudadano de la Polis, de la organización política, de la que no puedes ser excluido en virtud precisamente de la democracia política. Hablando de Atenas, en virtud de ser ateniense. Hablando de España, en virtud de ser español, (no en virtud de ser catalán, vasco o gallego).
El secreto de la “igualdad” empezó en Atenas por ser una igualdad política. Eran iguales por ser de la ciudad, de la polis, como sostenía Sócrates frente a Protágoras. Ciudadanos, de ciudad, no son hombres antes de ser atenienses sino que son animales políticos porque son atenienses, lacedemonios o cretenses que buscan el bien de su ciudad, no el de la humanidad en abstracto; por eso mismo si alguien se siente tentado a decir “soy ciudadano de mundo”, cae en la estupidez.
En Atenas, en tiempos de Pericles, no votaban los metecos o extranjeros ni los esclavos, y la solidaridad, que se puso de manifiesto para salvaguardar la democracia, fue una solidaridad de igualdad política frente a enemigos interiores o exteriores, y así no es de extrañar que los atenienses se solidarizasen, cuando llegó el momento, con el imperio macedonio de Filipo y Alejandro ante el peligro de persas y lacedemonios que hacían peligrar su democracia, al menos la que ellos defendían, el esclavismo incluido. Poner a prueba esta solidaridad de igualdad política en España frente a enemigos interiores es un índice de democracia.
Con el nacimiento de la nación política de la Revolución francesa, salvatis salvandis, los individuos de la sociedad civil pasan a formar parte de la sociedad política sin diferencias de clase económica, etnia o profesión, como ser ateniense en la Grecia de Pericles era crédito y salvoconducto de demócrata.
Recuerdo haber leído que en Marne, en la batalla de franceses y prusianos, hacia 1790, los soldados gritaron !viva la nación! como si la nación política proclamase los derechos del ciudadano sin menoscabo de que aflorarsen también los Derechos del hombre como derechos del género humano (género humano homologado con la ampliación de las fronteras francesas como si de toda la humanidad se tratasea, ya que, como decía Napoleón, todas las demás sociedades, aludiendo al Imperio inglés, al Sacro Imperio Romano, al del Zar y al Imperio español, han de plegarse a la francesa.
Y por consiguiente, La Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de 1948, tienen un contenido ético abstracto que envuelve esa ficción de paz perpetua evocada por Kant y reivindicada por el presidente Wilson después de la 1ª guerra mundial con la creación de la Sociedad de Naciones que no fue sino la prefiguración de Las Naciones Unidas de la 2ª guerra mundial. Y ese ideal de pacifismo ha ido tan lejos que ha creado El Tribunal Internacional de Justicia para dirimir cuantos conflictos puedan surgir en las sociedades, pero nunca será eficaz porque no dispondrá de un poder ejecutivo que haga cumplir las sentencias. Es decir, las democracias no solo tienen fisuras sino que son ficciones de la política.

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