domingo, 30 de octubre de 2011

RECORDANDO UN POCO DE HISTORIA

RECORDANDO UN POCO DE HISTORIA POLÍTICA DE ESPAÑA

(Siglo XIX y primer tercio del XX)

José Luis Gómez Fernández

PREÁMBULO

Solo me propongo recordar con estas cuatro líneas, y en cuatro entregas, un pequeño esbozo de nuestra historia política desde el siglo diecinueve para encuadrar mejor la del veinte y hasta la más cercana a las conciencias de nuestro tiempo.
Ésta de hoy, Siglo XIX, sería la primera entrega, y así la denominamos.
La segunda entrega, primer tercio del siglo XX: convulsión política en el marco europeo
La tercera: política en el reinado de Alfonso XIII
La cuarta: la II República y la Guerra Civil
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Me resulta complicado engarzar con coherencia y simplificación los múltiples episodios por los que atraviesa la historia política de España en el siglo diecinueve.
Pero, si queremos comprender hoy nuestros propios episodios, es imprescindible esclarecer primero aquéllos.
No cabe duda que la Revolución Francesa, de 1789, marcó un hito en la historia europea y un aviso a navegantes (revolucionarios, liberales, progresistas, moderados, demócratas y monárquicos).
Los intentos por establecer unos principios políticos de entendimiento entre las diversas corrientes ideológicas para estabilizar la sociedad, en líneas generales fracasaron, tanto en Francia como en España. No así en Inglaterra, con la instauración de una monarquía constitucional, y en Estados Unidos, con la república, (si bien la guerra de secesión de 1861-65 quedó registrada como enfrentamiento territorial entre el norte y el sur).
La primera revolución, después de la francesa, acaece aquí, en España, en 1808-1814, con la guerra de la Independencia y la búsqueda de la democracia.

Defensores del Antiguo Régimen, representado en Fernando VII, y los defensores de unas Cortes Constituyentes (Constitución de 1812), representada por la Junta General, fue de hecho un episodio con tantos zigzags históricos que arrastrarán la marca de la inestabilidad hasta la restauración monárquica de Alfonso XII, en 1875.
No sin antes asistir a la implantación de una monarquía absoluta, con la vuelta de Fernando VII, en 1814-1820, un trienio liberal, de 1820-1823, otra monarquía constitucional con la regencia de María Cristina, Espartero, reinado de Isabel II, 1832-1868, unión liberal de O,Donel, en los años cincuenta y cuatro, y regencia del General Serrano, 1869-1870, monarquía de Amadeo de Saboya, (a quien ofreciéndosele la corona en 1870, y no siendo aceptada hasta el 2 de enero de 1871, en el que tomando posesión en Madrid, desilusionado por el desorden social y político existente, abdica el 10 de febrero de 1873), proclamándose a continuación la Primera República, del 73 al 74, de once meses de duración y cuatro presidentes (Pi i Margal, Figueras, Salmerón y Castelar).
Desde el año 1875, fecha de la Restauración de la Monarquía Constitucional con Alfonso XII, hasta hoy ha pasado más de un siglo y en España se sigue discutiendo sobre la auténtica democracia y dónde reside la soberanía, si en el pueblo, en el monarca o en el parlamento.
Las Cortes de Cádiz se arrogaron la soberanía. Hoy, los partidos en el Gobierno se enrocan en el Parlamento, y tengan o no, mayoría, invocan la Constitución. El camuflaje de alianzas es habitual. ¿Dónde está, entonces, la soberanía? ¿No adolece la democracia parlamentaria de una trasparencia precisamente democrática? ¿No habrá quedado todo en una democracia procedimental? (¿la de las elecciones cada cuatro años?).
Triste es echar la mirada atrás y enrocarnos siempre en algo que elevamos a sagrado, la Constitución, (como si ésta no fuera producto de consensos y de cambios), para justificarnos hasta en actos inconstitucionales, como aquellos movimientos que esgrimían principios constitucionales bajo un pronunciamiento o un golpe militar, como lo fue el de Riego en 1820, el de los sargentos de la Granja en 1836 o la revolución de 1868, o incluso la de Martínez Campos o el General Pavía en la reposición de la monarquía en Alfonso XII, y antes en el pronunciamiento de Prim contra Isabel II en su intento por establecer una verdadera monarquía, y, si en un primer momento se empecinan en que todo se arreglaría con la Revolución de Octubre de 1868, el destronamiento de Isabel II y el advenimiento de una República, pronto se dan cuenta de que la realidad es otra muy distinta y adviene una intolerancia religiosa, quema de conventos y asesinatos de frailes, (1865, la noche de San Daniel, o el cuartel de S. Gil, 1866, con el pronunciamiento de Prim),

La imposibilidad de conciliación entre facciones estaba siendo un hecho en la historia de España hasta que el cansancio en medio de tantos desórdenes y la esperanza puesta en la reposición borbónica de una monarquía en la persona de Alfonso XII, con dieciocho años de edad que, aunque hijo de Isabel II, se hallaba ajeno a las intrigas de su madre, con la suerte de contar a su lado a un hombre de Estado, Cánovas del Castillo, una nueva Constitución, la de 1876, se creía asegurada una Monarquía constitucional hasta la II República, de 1931.
La visión de Estado de Cánovas, con una preparación intelectual fuera de lo común (historiador y académico de la Real Academia de la Historia), hace que, (como diría Ortega, más tarde, de las minorías selectas), los más capaces sean los verdaderos candidatos y se establezca un sistema de gobierno que se turna en el poder respetando las reglas más elementales: respeto a la Monarquía, a la libertad y al derecho de propiedad.
Y fue así como los dos grandes partidos, de tendencias mayoritarias, la liberal-conservadora (Cánovas) y la demócrata-progresista (Sagasta) se alternan en el poder, quedando éste subordinado al interés nacional.
La prueba de la integridad de Cánovas, a este respecto, fue cuando, bajo su mandato muere Alfonso XII en 1885, y presenta su dimisión a la reina viuda María Cristina, ya constituida en regente del reino, proponiendo a Sagasta en el turno del gobierno. De este modo, se suceden dos décadas en paz y prosperidad, aun con conflictos de por medio como las guerras carlistas y Cuba, además de calamidades públicas como el cólera que azotó al país.
En 1897, Cánovas, retirado durante el verano en un balneario de Guipúzcoa fue asesinado sigilosamente por un anarquista. Privada España de un hombre de valía como él, asistimos al declive nacional con el desastre naval de Cavite en Filipinas y en Santiago de Cuba en 1898 (paz de París), cuya conmoción se hizo sentir como un desastre nacional en las conciencias intelectuales.
Salvador de Madaraiga señalaba el siguiente reinado de Alfonso XIII como de restauración de un desastre imperial.


CONVULSIÓN POLÍTICA EN EL MARCO EUROPEO

(PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX)

José Luis Gómez Fernández

Desde la Revolución francesa, parece haberse trazado para la posteridad la línea de los adeptos al Antiguo Régimen y los liberales que ansían derroteros nuevos y aventuras políticas de nuevo cuño.
De un modo generalizado planea sobre Europa un sentimiento de toma de conciencia de la necesidad de rebelión ante los hechos presenciales de una economía en bancarrota y unas divisiones políticas que auguran el desconcierto y la inseguridad ciudadana.
El anarquismo y el socialismo están al acecho de ser los primeros protagonistas de las disensiones políticas y sociales.
Tengamos en cuenta que la aparición de innovaciones tecnológicas arrastra consigo una convergencia de ideas nuevas que, a su vez, implica la conciencia de la necesidad de transformación ideológica, cultural y mediática.
Si a este clima se une el sentimiento nacionalista y la competitividad entre los pueblos, se explica la convulsión en Europa y Rusia, como quedó de
Manifiesto en 1905 con una revolución fallida al igual que en Rumanía con la revuelta campesina, o en Grecia con la rebelión de los militares, o en Portugal con el derrocamiento de la monarquía.
En Alemania, por otra parte, temerosa, después de la Primera Guerra Mundial, de aquellos países que, como el Reino Unido, Francia o Rusia, podían socavar su industria armamentística, se alienta la estrategia de división interna creando temor y tensión en toda Europa, cuyas consecuencias bélicas más inmediatas se ciernen sobre Armenia por el Imperio Otomano con un millón de muertos.

En 1917 triunfa la Revolución rusa a pesar de la resistencia de los blancos frente a los rojos o bolcheviques (comunistas), pero es tal el despliegue del Ejército Rojo que, envalentonado, invade Polonia con la intención de adentrarse en toda Europa y el interior de Rusia con su enorme territorio y múltiples nacionalidades, donde se libran batallas y guerras civiles frente a una masa campesina analfabeta que sólo clama por vivir en paz cultivando sus tierras en propiedad, hasta que, con golpes de fuerza, ya en 1922-23, los comunistas se hacen con casi todo el territorio reorganizando ese país como Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Así las cosas, y con el hundimiento de Alemania y el Imperio austro-húngaro, tras la Primera Guerra Mundial, la situación política, social y económica discurre en declive hasta la República de Weimar que detiene la sublevación de obreros radicales del Partido Comunista de Alemania, que de otro modo se habría adelantado una conmoción mucho más grave en toda Europa con levantamientos revolucionarios destructivos para la economía y el entendimiento político en una situación así.
El hecho, sin embargo, al que se asistió fue que las dos únicas repúblicas que hacen de muros de contención al avance revolucionario, son la de Weimar en Alemania y la tercera República en Francia de 1871.


En Italia, por una parte, el Partido Socialista, llamado maximalista, muestra su faz revolucionaria como Partido Nacionalista Fascista con un personaje como Benito Mussolini, salido de las filas socialistas italianas. Por otra parte, está al acecho un Lenin vigilante y agazapado detrás de la idea de guerra civil internacional con la intención de proclamar la Dictadura del Proletariado, y cuyas consecuencias son de todos conocidas: es decir, las derechas reaccionan y se unen en un solo bloque contra el comunismo.

La depresión de 1930 con la crisis social que generó junto a un creciente desempleo, hace que el Parlamento no sirva para nada y que los movimientos de masas inunden de algaradas las calles, mientras que, con este caldo de cultivo, Hitler en 1933 se hace con el poder como canciller y absoluto jefe de una coalición de varios partidos o tendencias políticas. La violencia generalizada estaba servida en Europa.

Mientras tanto, ¿qué ocurría en nuestra España?

En España la huelga general de 1917, convocada por los socialistas, estaba demasiado presente como para no tomar precaución frente al temor de una nueva sacudida similar, en zonas industriales, con amenaza del anarcosindicalismo de la CNT (Confederación General de Trabajadores), como espada de Damocles que pendía en todas las algaradas.
La Nación, social y políticamente, se mantenía en el filo de la navaja. La riqueza se hallaba concentrada en pocas manos. Ahí está el recuento de los latifundios: Duques de Medinaceli, Medina Sidonia, los Duque de Alba, con miles de hectáreas en Córdoba, Sevilla, Almería &c.
La influencia de la Iglesia es enorme, con múltiples predios a su cargo, aún después de la desamortización de Mendizábal y de Madoz en los años treinta y cincuenta del siglo diecinueve.
El Ejército, sumamente inflado de generales y oficiales, está a la que salta.

Esto, unido al conflicto que manteníamos con el Protectorado español del Norte de Marruecos, más el “expediente Picasso” por corrupción de tráfico de armas, mueve a D. Miguel Primo de Rivera, capitán general de Barcelona, a prevenir acontecimientos desagradables que pudieran producirse de inmediato, y se impone como dictador, en septiembre de 1923 hasta 1930, bajo la tutela de Alfonso XIII y el parabién de los socialistas (Largo Caballero se integró en el gobierno del dictador) con el consiguiente desgobierno y la paralización de las Instituciones, (ya que de hecho el Rey infringe la constitución de 1876, que estaba en vigor, y firma de algún modo el acta de defunción de la propia monarquía).
A la vista de los hechos consumados, bien pudiera certificarse como cierta aquella anécdota que todos hemos leído en los manuales de historia: “la República la trajeron los monárquicos y la perdieron los republicanos”.

Con lo cual, ya a partir de 1930 la monarquía no se sostiene. Las elecciones se retrasan unos meses, y la descomposición del régimen es a todas luces irrecuperable, (por razones varias, entre ellas un cambio biológico generacional, una juventud sociológicamente al pairo, que parece no enterarse de nada, y la ineptitud de los políticos, incluido el rey).
El 12 de abril de 1931, las elecciones, (que ganan los monárquicos en las zonas rurales, y las pierden en las grandes ciudades que era donde estaba el cotarro de los republicanos), precipitan los acontecimientos, y los republicanos se echan a la calle tumultuosamente proclamando la República en buena parte de las provincias españolas, (con un Largo Caballero, socialista, como líder extremista radical, no sin mencionar los precedentes conocidos de Jaca en 1930 con una revuelta militar propiciada por el socialismo con violencia y saltándose la legalidad).

La historia enseña, pero, a veces, le falta un mínimo pudor para aprender de la realidad, y, entonces, la ciega y no quiere ver. Esto es lo que pasó entre tanta alternativa política que se daba en el abanico de posibilidades: se contaba con una democracia liberal, una república radical de izquierda, una coalición católica, un socialismo revolucionario, y una república popular.
Con todo y la depresión del 30, aún se respira una atmósfera de euforia, al comenzar la década, y de esperanza en la consecución económica, social, cultural y política.
No obstante, esta sensación eufórica se disuelve entre una coalición de fuerzas heterogéneas, como izquierda republicana, partido republicano Radical y el socialismo.

¿Por qué sucede esto? Tal vez porque cada grupo lleva intenciones aviesas. Manuel Azaña, por ejemplo, de izquierda republicana, lleva en su proyecto, como objetivo prioritario, la abolición de la Iglesia y de todo resquicio tradicional-conservador, al que se unen enseguida los socialistas con el ideario del materialismo histórico marxista décimo-nónico.
Esto era ya inadmisible, como para pronosticar un entendimiento positivo entre las fuerzas políticas existentes.


POLÍTICA EN EL REINADO DE ALFONSO XIII


De hecho en 1902 comienza el reinado de Alfonso XIII a los dieciséis años de edad, y ante aquella atmósfera de pesadumbre por la catástrofe de la guerra frente a Norteamérica, la conciencia que inunda al país en esos momentos es la de regeneración.
En su Diario, a esa temprana edad, queda reflejado lo siguiente:

“En este año me encargaré de las riendas del Estado, acto de suma trascendencia tal y como están las cosas, porque de mí depende si ha de quedar en España la Monarquía borbónica o la República”

El espíritu regeneracionista, representado por Cánovas del Castillo en tantas intervenciones frente a los pronunciamientos militares y el fraude electoral de los caciques locales, trae paz y prosperidad, pero sin desaparecer por completo el temor de alguna conmoción social venida de manos anarquistas.
Cánovas es asesinado en 1897, y Sagasta muere en 1903 en pleno reinado de Alfonso XIII.
Maura y Canalejas aparecen en escena como dos hombres de Estado en los que se pone la esperanza de la regeneración deseada. Pero el primero muere en al semana trágica de Barcelona de 1909, y Canalejas es asesinado a manos de otro anarquista en 1912.

La Semana Trágica de Barcelona, causada por el malestar de los reservistas enviados a Marruecos en el conflicto de las tribus rifeñas en sus ataques a Ceuta y Melilla, llega a su punto más álgido con motivo del desastre del “barranco del Lobo”.
Cataluña, que había padecido en sus propias carnes ese reclutamiento de reservistas vinculados al batallón de Cazadores de Barcelona, une este malestar a una sensación de maltrecha política central que pierde guerras allí donde va, y es entonces cuando se enciende con gran virulencia la llama del separatismo con algaradas del movimiento obrero anarquista espoleado por Lerroux, cuyas consignas a la juventud son verdaderamente escalofriantes:

…“rebelaos contra todo, entrad a saco en la civilización decadente y miserable…destruid también los templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres para civilizar la especie…” (“Biografía de una Nación”, de Manuel Fernández Álvarez).

No es extraño que a estas consignas siguieran altercados de todo tipo con quema de iglesias, asalto de conventos, violaciones y asesinatos perpetrados por la Mano Negra de una asociación anarquista virulenta, autora de la matanza del teatro de la ópera en el Liceo de Barcelona, en la que “en la jornada del 7 de noviembre, un anarquista, apostado en lo alto de la gradería, lanzó sobre el patio de butacas dos bombas que causaron 15 muertos y un número indeterminado de heridos”.
“En 1896, el 7 de junio, también otro anarquista lanza una bomba en la procesión del Corpus Christi con 11 muertos y heridos, entre ellos muchos niños.”

Es inmensa la lista de atentados, de modo que casi en dos décadas mueren 5 presidentes de gobierno con Eduardo Dato en 1921, como represalia, parece ser, por la implantación en Barcelona de la “ley de fugas”.
Ramos Oliveira, historiador republicano, hace balance en su Historia de España de esta época diciendo que la fuerza bruta del Estado se ejerce contra la fuerza del crimen.
Y por si fuera poco, el desastre de Annual, en este mismo año de 1921, acaba con las tropas españolas en África con miles de muertos.
Los separatismos, catalán, vasco y gallego se acrecientan, y tal vez por el fracaso de los gobiernos de Madrid en todas estas lides, hallándose implicadas las guerras carlistas como episodios de rebelión contra España.
A finales de siglo, surge un partido catalán: la Lliga de Catalunya, en 1887. Prat de la Riba proclama a Cataluña como una nación, y Cambó, la independencia.
A este respecto, Madariaga comenta:

“Castilla es lenta, espantosamente lenta, pero se mueve al mismo despertar de Cataluña”.

Y Manuel Fernández Álvarez comenta en la obra citada que habría que lamentar hoy que en la expansión del Imperio español no se contara con los catalanes como grandes emprendedores en el comercio y la navegación, y que además el testamento de Isabel la Católica los ignorara por completo.

Sea como fuere, tal vez de aquellos polvos, estos lodos, y el descontento catalán se acumula hasta hoy mismo.
En la década de los años veinte es tal el cúmulo de problemas que cercan el prestigio del Rey, Alfonso XIII, que se cree necesaria la intervención del Ejército en la cabeza de un capitán general de Cataluña, Primo de Rivera, en 1923, que si bien en un principio tiene como objetivo restaurar el orden ante tanto desconcierto callejero, y manu militari acabar con el terrorismo anarquista y los pistoleros al servicio de la unión empresarial que se habían tomado la justicia por su mano, sin embargo más tarde sustituye el Directorio Militar por uno Civil, que termina en Asamblea Nacional y un partido llamado Unión Nacional con el objeto ahora de perpetuarse en el poder, como si de una evocación del fascismo italiano se tratase.
El problema de Marruecos sigue en pie y en sus manos. El caudillo rifeño Abd-el Krim, que había derrotado a España en Annual, (el llamado “Desastre de Anual”), por sorpresa invade la zona francesa, lo que lleva a ésta a un acuerdo militar con España para acabar con esa situación ante el temor a una expansión rifeña incontrolada.
Tropas francesas dirigidas por Petain y españolas por Sanjurjo, con el desembarco de Alhucemas de dos soldados españoles, el general Franco al mando de la Legión y Muñoz Grandes al mando de los Regulares, dan por resuelto el conflicto marroquí en 1925.

Pero no así el conflicto universitario con el cierre del Ateneo de Madrid y la persecución de intelectuales disconformes con el régimen, como Miguel de Unamuno, desterrado a Fuerteventura y exiliado en Francia.
Fue la época de asociaciones estudiantiles como la FUE, (Federación Universitaria Española).
Tan insostenible era aquella situación que el Rey le exige que presente su dimisión. El caso Berenguer y del almirante Aznar son extremos de descomposición política y de la desconfianza en el Rey, terminando en el Pacto de San Sebastián entre derechas e izquierdas.
Pero, es tal el clima revolucionario, que se pierde la calma y surge un alzamiento militar en Jaca y en Madrid, en 1930. En Jaca con los capitanes Galán y García Hernández y un teniente Anitua, (los dos primeros fueron fusilados y el otro fugado). En Madrid, Queipo de Llano y el comandante Ramón Franco.
Así las cosas, el 12 de abril de 1931, el gobierno de Aznar convoca elecciones municipales como mero trámite para reforzar la monarquía, y lo que sucedió fue un plebiscito contra el rey. De hecho, como dije más arriba, las elecciones las ganó la monarquía.
El Diario “ABC” en la mañana del 14 de abril dice: “de las urnas salieron 22.150 concejales monárquicos frente a 5.875 republicanos” Pero en las capitales de provincia la cosa cambiaba, y 953 concejales republicanos frente a 602 monárquicos se llevaron el gato al agua, de tal modo que el panorama geográfico de España quedaba así: de 50 ciudades, 9 monárquicas y el resto republicanas. Y para más abundamiento, las 9 provincias eran: Soria, Pamplona, Lugo, Gerona, Cádiz, Burgos, Palma de Mallorca, Ávila y Vitoria.
El resto es ya anecdotario de hemeroteca: “en la mañana del 14 de abril, a las seis de la madrugada, los concejales de Eibar proclaman la República, no tardando en extenderse la noticia por todo el territorio nacional, lo que lleva a Romanones, ministro de Estado, a entrevistarse con el rey. Unas horas más tarde, en casa del Dr. Gregorio Marañón, se decide la salida del monarca”
En Cataluña, Luis Companys, de Esquerra Catalana, y Maciá, presidente del Estat Catalá, anuncian la República.
En la Puerta del Sol, a las 9 de la noche, Alcalá Zamora proclamaba la República por radio a todo el país.

El Rey, preso de su asombro, pronunció estas palabras:

“… habría muchos dispuestos al sacrificio de la vida por mí; pero también habría muchos que no, provocándose una guerra civil y derramamiento de sangre, del que yo no quiero asumir la responsabilidad”

Era el fin del reinado de Alfonso XIII.


LA II REPÚBLICA

Así, no nos extrañe que el propio J. Tusell definiera la II República como una “democracia poco democrática”

El advenimiento de la República, de 1931, guarda similitudes con la Revolución Francesa, de 1789, y la Rusa, de 1917, en las que lo que realmente se persigue es un cambio de Régimen, el paso del Trono y el Altar a uno Parlamentario de representación ciudadana. Sin embargo, los acontecimientos no se corresponden porque en España no se producen hechos sangrientos como en 1892-93 en Francia o en Rusia.
No obstante, la situación política española con divergencia de criterios tan dispares no era la más propicia para ello.
Fernando del Río Reguillo en su Historia virtual de España (1870-2004), se atreve con el futurible siguiente: ¿Qué hubiera pasado si Alfonso XIII no hubiera respaldado el golpe de Primo de Rivera?
¿Quiere esto insinuar que tal vez 1923 contaba con más probabilidad democrática que 1931?
Dejo abierto el paralelismo, porque de hecho las circunstancias que envuelven la panorámica general de España desde la Primera guerra mundial, de 1914, era social y económicamente distinta a la de 1930. En la década de los veinte el sector primario se acercaba al 70%, y en el treinta había bajado al 50%, lo que quiere decir que la necesidad de cambios radicales (precisamente radicales) se hace más imperiosa, pero el riesgo de bancarrota política es mayor ya que el disenso entre las fuerzas políticas se acentúa.
Estas fuerzas representadas en izquierda republicana de Manuel Azaña, los socialistas y el partido republicano radical de Alcalá Zamora, llevan en sus proyectos ideologías (diríamos que secretas y traidoras) como para llegar a buen puerto en la consecución de la democracia.
M. Azaña, por ejemplo, exhibe su empeño, por encima de cualquier otro, de apartar del posible gobierno los intereses católicos y conservadores, bajo la enseña de proclamar la “revolución”, es decir la transformación ideológica del país.
Los socialistas hicieron otro tanto, es decir, a las derechas hay que aplastarlas por el mismo proceso de desgaste propiciado por la teoría del materialismo histórico hasta implantar el socialismo.
Con lo cual, el partido republicano radical, que era el verdadero centro político, terminó por salir de la coalición, acceder a un régimen de reformas en asuntos laborales, reforma agraria mal llevada,, reforma del ejército, educación &c., mientras que las izquierdas con los socialistas se polarizan en atacar a la Iglesia y la educación católica, con quema de conventos durante el 12 y 13 de mayo de 1931, expresión violenta que, por otra parte, ya venía produciéndose tiempo atrás, similar a las repúblicas anticlericales de Portugal y México.
En México el anticlericalismo toma forma en un movimiento popular llamado “Cristero”, tras la contienda civil de 1911 de carácter religioso y cuyas consecuencias anotan decenas de muertos. (para más acopio de datos pueden consultar a Jean Meyer en su obra “La cristiana, 3 Vols. México, D. F. 1973, o también a L. López Beltrán en “La persecución religiosa en México”, México D. F., 1987). Véase también con carácter global a C. P. Boyd en la obra “Religión y política en la España contemporánea”, Madrid, 2007.
Se puede decir que en este tiempo de inicios de la implantación de la República era poco menos que imposible entenderse con socialistas, comunistas y anarquistas. Se contabilizan tres insurrecciones revolucionarias entre 1931-1933 protagonizadas por la FAI-CNT, PEC y los Socialistas. A la FAI-CNT se le atribuyen veintitrés asesinatos en Barcelona en las dos primeras semanas del comienzo de la República, y parece que su intención no era otra, como dijimos más arriba, que crear el pánico contra cualquier régimen capitalista que intentara instalarse en el poder. No nos extrañe que la derecha reaccionase con revueltas militares, como el caso Sanjurjo, (la “sansurjada”) el 10 de agosto de 1932.
De modo que si hacemos balance de las cuatro insurrecciones, tres de izquierda y una de derecha, nos quedamos con un período entre 1931- 1933, llamado bienio negro, que no hace sino estar a la defensiva, creando la Ley para la Defensa de la República, con capacidad para suspender las garantías constitucionales en tres niveles: 1) estado de alarma, 2) estado de prevención y 3) estado de guerra.
Además de potenciar la Guardia Civil para garantizar la seguridad en zonas rurales, y la Guardia de Asalto para servicios especiales en las ciudades.
Con este panorama, en 1932, ¿quién iba a esperar reformas en profundidad de esta república? No obstante, se accede a un régimen de reformas en asuntos laborales, reforma agraria mal llevada, reforma del ejército, educación &c.,
En noviembre de 1933 nuevas elecciones con un resultado a la inversa. Ahora la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) gana, aunque no por mayoría absoluta. ¿Cómo reacciona la izquierda republicana y los socialistas?
De la siguiente manera: exigen al presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, católico liberal, que anulara las elecciones y cambiara las reglas electorales para garantizar una coalición de izquierdas. ¡Vamos!, lo nunca visto.
(si alguien está interesado en el asunto pormenorizadamente que consulte al autor, R. Villa García, en “La modernización de España: las elecciones nacionales de 1933).
Lo que subyacía en esa actitud de las izquierdas, incluidos los socialistas, era ese ideario que llevaban en la cabeza y corazón de arremeter contra todo lo que sonara a católico y a derecha. Fuera como fuera había que cambiar las reglas del juego para legitimar el poder de la izquierda. Es el odio el que juega el papel de la política. ¿No estará habiendo hoy en la España zapateril, sin solución de continuidad, una situación equivalente?
No lo sé, lo que es impensable es que esto se diera en Europa, pues en ningún caso podía pensarse algo así más que en la Unión Soviética.
¿Dónde se había gestado esta actitud tan radical de la izquierda, que hasta algún hispanista la tilda de “izquierdismo cañí”?
No lo sé. Algún especialista remonta su origen a los afrancesados españoles que se descolgaron de la Constitución de Cádiz, de 1812, y se convirtieron en exaltados ya para todo el siglo diecinueve. Son los de 1820, de Riego, y son los de los pronunciamientos militares.
El caso es que las cosas en este período podían haberse orientado de otra manera, y no se hizo.
¿Dónde acentuar el análisis? De hecho en Europa occidental los partidos socialistas o socialdemócratas eran más moderados y pragmáticos que en España, donde el radicalismo del socialismo español y la Unión General de Trabajadores (UGT) se comportan visceralmente en 1933-34 por razones que yo creo que son tanto de orden psicológico como político. Psicológico, en cuanto que no soportaban ser perdedores en las elecciones, y político, porque a toda costa pretendían conseguir el poder, fuera como fuera.
Julián Besteiro, profesor de filosofía y jefe asimismo de la comisión ejecutiva de UGT, era el más sensato y razonable de los socialistas, y ante la deriva revolucionaria que los socialistas querían imponer, apoyados en el marxismo, para visualizar la “dictadura del proletariado”, les advierte que costaría más muertes que en la Rusia de 1917, y, por otra parte, con gran lucidez les hacía ver que la dictadura del proletariado era un concepto superado en el mundo democrático occidental.

(Me permito remitir al lector a obras sobre Besteiro, como “Julián Besteiro”, de A. Saborit, Madrid, 2008, y “Julián Besteiro: “nadar contra corriente”, de P. de Blas Zabaleta y E. de Blas Martín-Meras, Madrid, 2003).
Al producirse el relevo de Besteiro por Largo Caballero, en enero de 1934 con él hay tal giro revolucionario que, valiéndose del sindicato (UGT) y de las Juventudes Socialistas, pretende llevar las cosas a los más absurdos extremos, como crear un programa que exija la nacionalización de la tierra, la disolución de las Órdenes Religiosas, el Ejército y la Guardia Civil bajo la vigilancia de un Comité Revolucionario que se encargase de elaborar mapas, por distritos, (como ocurrió en Madrid en esos días), señalando objetivos y listas de personas, utilizando a voluntarios milicianos con la complicidad de guardias de asalto y guardias civiles de modo que la insurrección de los socialistas españoles aparecía como la mejor organizada y armada de Europa, calculada y preparada según apunta algún historiador especialista, a los que remito líneas más abajo.

(Cito para esclarecer estos hechos a Santos Juliá: “Largo Caballero: escritos de la república” y a Pío Moa en “Los orígenes de la Guerra Civil española”).

El motor que mantenía viva una situación así no era otra que un odio incontenido a la derecha, ahora representada en Gil Robles, cuando en octubre de 1934 su partido (CEDA) exigiría participación en el gobierno, lo que provoca por parte de los socialistas el estallido una virulenta insurrección en quince provincias, entre ellas Asturias, siendo ésta la que protagoniza la batalla más ferozmente durante dos semanas con un balance de 1.500 personas asesinadas, entre ellas 40 sacerdotes y religiosos, sin hacer mención de los destrozos materiales. (allí estuvo el abuelo de Zapatero al lado del destacamento del ejército del Protectorado de Marruecos, con Franco, aunque más tarde traicionando estas filas y volverse republicano, cae y luego asesinado en León (Puente Castro) por los nacionales).

Cito a continuación la siguiente consulta:

“La revolución de octubre de 1934”, de F. Aguado Sánchez, Madrid, 1972, y “1934:”el movimiento revolucionario de octubre”, de A. del Rosal, Madrid, 1983, pueden servir de apoyo a este episodio de preguerra civil española. Junto a un libro de J. Avilés Farré. “Los socialistas y la insurrección socialista de octubre de 1934”.

En resumen, para este período de cinco años, asistimos a tres fases de la República: 1931-1933, llamado primer bienio, trascurre con reformas que no satisfacen a nadie; 1933-1934, llamado gobierno centrista; 1934-1935, llamado de coalición de centro derecha (la CEDA y los radicales de Lerroux)
Sea como fuere, durante este último tramo republicano la propaganda de la izquierda contra la derecha llamándola “fascista” se acrecienta, y aunque ellos mismos no creían en su propia propaganda etiquetaron este período como “bienio negro”.
La ambigüedad del gobierno presidido por Alcalá Zamora, del 33 al 36, que jugó a debilidad con las izquierdas, como demostró entregando el poder a Chapa prieta, un centrista independiente (pero que no olía a filas católicas), y luego a Portela Valladares, del partido liberal, y todo ello para que Gil Robles no asomara la cabeza en la formación del gobierno, a pesar de haber sido el jefe del partido más votado, lleva al error de convocar elecciones en 1936, que a todas luces se iba a convertir en un plebiscito entre derechas e izquierdas.
Desde luego parecía que una política infantil, es decir, una política de empuje entre dos fuerzas contrapuestas que habían dejado su reclamo en la revuelta de Asturias, había caído en manos de malvados.
Las elecciones del 16 de febrero de 1936 no hacen más que empeorar las cosas. El Frente popular, fruto de un pacto entre Prieto, Largo Caballero y partidos izquierdistas (comunistas, leninistas-poum, sindicalistas de Ángel Pestaña) no podía prosperar. Las intenciones aviesas de Largo Caballero y sus secuaces los socialistas lo que buscaban era un republicanismo de izquierdas sin resquicio posible para la derecha, una amnistía generalizada para todos los criminales encarcelados.
El resultado de las elecciones fue favorable a esa coalición con un 60%. Prescindo de más datos que pueden consultarse en “Las elecciones del Frente Popular”, de Javier Tusell, quien ha estudiado pormenorizadamente por distritos, quizá más que ningún otro, los resultados de estas elecciones, aunque el único periódico que dio los resultados por provincias en esos días de febrero fuera el periódico católico El Debate

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