domingo, 30 de octubre de 2011

MAQUIAVELO NO FUE MAQUIAVÉLICO

José Luis Gómez Fernández

Se oye decir con frecuencia que así como Cristo no fue cristiano, ni Marx fue marxista, asimismo que Maquiavelo no fue maquiavélico, y esto en base a sus propios textos.
Según sus intérpretes, solamente le habrían acarreado fama de maquiavélico los capítulos del XV al XXI, de su obra EL PRÍNCIPE, que transcribo a continuación en su inicio.
C-XV: de las cosas por las cuales los hombres son alabados o reprobados: “el hombre que quiera ser bueno, cuando se halla rodeado de malos, correrá a su perdición”
C-XVI-del desprendimiento y de la moderación : “un príncipe se hará odioso a sus súbditos, cuya estimación perderá a medida que los empobrece…y peligrará al menor riesgo”.
C-XVII- de la crueldad y la clemencia : “un príncipe no ha de temer la infamia de la crueldad para mantener a sus súbditos unidos y leales”
XVIII- de qué modo la fe debe ser respetada : “hay dos maneras de luchar: una con las leyes y otra con la fuerza”
XIX-sobre evitar el desprecio y el odio: “que en las acciones del príncipe se reconozca la grandeza, el valor, la gravedad y la fortaleza”
XXI- sobre la fama del príncipe : “nada confiere tanta estimación a un príncipe como las grandes empresas y los hechos singulares. De ello tenemos un ejemplo actual en Fernando de Aragón, soberano de España, que de rey débil ha llegado a ser, por fama y gloria, el primer monarca de la Cristiandad”.

Cuando se lee a Maquiavelo uno se siente trasladado a un escenario diametralmente opuesto al medieval, en donde primaba la moral religiosa como referente político. La moral y la política medieval habían cristalizado definitivamente con la Ciudad de Dios de S. Agustín y los caminos trazados por los Padres de la Iglesia y los filósofos escolásticos, dominicos y franciscanos. Con Maquiavelo la política aparece como un Renacimiento laico.
Es la secularización de la autoridad y del poder, que ahora pasa de la Iglesia al Emperador, incluso hasta contemplar claudicaciones de los Papas ante los Reyes de Aviñón.
Estamos ante la configuración de un mundo en el que el hombre se torna creador de sí mismo en sus aspiraciones, en sus pasiones y en su singularidad. Es el predominio de la voluntad sobre la razón, que en el siglo XIV el filósofo Occam dio buena cuenta de ello.
Con la afloración de las Naciones, surgen los Estados como poderes legislativos y, en alianza con los comerciantes, suplantan a las aristocracias feudales.
El comercio cambia la carátula de la política porque la libre transacción comercial requiere también libertad política, y los primeros esbozos de participación democrática (entendida como participación de los sectores productivos del comercio en el gobierno de los Estados) se gestan ahí inextricablemente unidos al derecho natural de la propiedad. La filosofía política de Locke dejará al respecto bien apuntalado ese hecho ante la expansión colonial de Inglaterra.
Y junto al Derecho, la Política y la Filosofía, con la aportación de la Ciencia (con Copérnico, Kepler y Galileo, Francisco Bacon (el Barón de Verulamo) se cierra el círculo de una época en la que el saber es poder.
La configuración de la ciencia práctica y el cambio tecnológico dan lugar a la disociación de la teórica-praxis y a la exaltación de la técnica. Con ella se enaltece también el individuo, la libertad, y hasta la rebelión se hace un hueco en las empresas nacionales y supranacionales de ambos continentes. La revolución americana y francesa (1776 y 1789), y posteriormente la rusa (1905-1917) tienen su origen aquí.
. Ahora bien, la aparición política de Maquiavelo es consecuencia de una época convulsa en Italia. Convulsiones religiosas también se hallan implicadas en el siglo dieciséis con la Reforma y la Contrarreforma de un Lutero y un Concilio de Trento.
Los cuadros económicos, políticos y religiosos se hallan siempre imbricados.

Maquiavelo (nombre compuesto de “mal” y “chiavelli” =clavo malo) parece haber sido el acicate que pone en práctica una política de contraste en una Italia abatida por luchas intestinas entre los cinco Estados importantes:
Milán, Venecia, Florencia, los Estados Vaticanos y Nápoles. La familia de los Visconti y los Sforza protagonizan durante casi dos siglos la historia de Milán bajo un régimen plutocrático. A la muerte de Federico II en Nápoles-Sicilia, en 1250, pareció que Italia, con la desaparición de la injerencia extranjera, iba a recobrar la independencia y unificación frente a poderes comerciales de unos pocos. Mas, una nueva invasión, esta vez de un rey francés, Carlos VIII, en 1494, se hace con el país, y Milán pasa a ser campo de batalla entre franceses y españoles, hasta que Carlos V, frente a Francisco I, se la anexiona en 1535. Y si, antes, fue Milán el punto de la discordia, ahora, es Venecia la que asciende al liderazgo de su independencia económica cobrada en su comercio con Oriente. Pero, la caída de este Oriente, la caída de Constantinopla en poder de los turcos, en 1453, quebranta sus sueños de expansión, y su voluntad de erigirse en pionera de la unidad italiana se viene abajo. Maquiavelo entra en escena con este objetivo, con el objetivo de unificar Italia, y exhibe una política de hierro (las armas, antes que las letras, como diría nuestro Cervantes), EL PRÍNCIPE, obra dedicada a los Médicis, muestra la mecánica del poder y refuerza la seguridad y el bienestar del Estado, aunque ciertos principios morales vayan a quedar relegados a segundo plano.
La experiencia política de Maquiavelo, adquirida bajo la familia de los Médicis, le lleva a considerar que una sociedad moralmente socavada y decadente, firma su condena y la invasión del extranjero. Los DISCURSOS sobre la primera década de Tito Livio, otra obra dedicada a los humanistas Buondelmonte y Cósimo Bucellai, sus amigos entrañables, comienzan por el recurso a los clásicos, como Licurgo o Solón, en la contemplación y recuperación de las verdaderas armas políticas cuando se trata de ordenar la cosa pública, conservar los Estados, gobernar los reinos o disciplinar las tropas.
Esta fue la concepción de su discurso: un gobierno fuerte, el gobierno de uno solo, primero como monarquía absoluta, luego, como una república a semejanza de la romana.
Conclusión: Maquiavelo no fue maquiavélico, sino contundente con la concepción y ejecución de la teoría y la práctica política de los gobiernos.

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