viernes, 6 de abril de 2012

CONVULSIÓN POLÍTICA EN EL MARCO EUROPEO

(PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX)

José Luis Gómez Fernández

Desde la Revolución francesa, parece haberse trazado para la posteridad la línea de los adeptos al Antiguo Régimen y los liberales que ansían derroteros nuevos y aventuras políticas de nuevo cuño.
De un modo generalizado planea sobre Europa un sentimiento de toma de conciencia de la necesidad de rebelión ante los hechos presenciales de una economía en bancarrota y unas divisiones políticas que auguran el desconcierto y la inseguridad ciudadana.
El anarquismo y el socialismo están al acecho de ser los primeros protagonistas de las disensiones políticas y sociales.
Tengamos en cuenta que la aparición de innovaciones tecnológicas arrastra consigo una convergencia de ideas nuevas que, a su vez, implica la conciencia de la necesidad de transformación ideológica, cultural y mediática.
Si a este clima se une el sentimiento nacionalista y la competitividad entre los pueblos, se explica la convulsión en Europa y Rusia, como quedó de
Manifiesto en 1905 con una revolución fallida al igual que en Rumanía con la revuelta campesina, o en Grecia con la rebelión de los militares, o en Portugal con el derrocamiento de la monarquía.
En Alemania, por otra parte, temerosa, después de la Primera Guerra Mundial, de aquellos países que, como el Reino Unido, Francia o Rusia, podían socavar su industria armamentística, se alienta la estrategia de división interna creando temor y tensión en toda Europa, cuyas consecuencias bélicas más inmediatas se ciernen sobre Armenia por el Imperio Otomano con un millón de muertos.

En 1917 triunfa la Revolución rusa a pesar de la resistencia de los blancos frente a los rojos o bolcheviques (comunistas), pero es tal el despliegue del Ejército Rojo que, envalentonado, invade Polonia con la intención de adentrarse en toda Europa y el interior de Rusia con su enorme territorio y múltiples nacionalidades, donde se libran batallas y guerras civiles frente a una masa campesina analfabeta que sólo clama por vivir en paz cultivando sus tierras en propiedad, hasta que, con golpes de fuerza, ya en 1922-23, los comunistas se hacen con casi todo el territorio reorganizando ese país como Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Así las cosas, y con el hundimiento de Alemania y el Imperio austro-húngaro, tras la Primera Guerra Mundial, la situación política, social y económica discurre en declive hasta la República de Weimar que detiene la sublevación de obreros radicales del Partido Comunista de Alemania, que de otro modo se habría adelantado una conmoción mucho más grave en toda Europa con levantamientos revolucionarios destructivos para la economía y el entendimiento político en una situación así.
El hecho, sin embargo, al que se asistió fue que las dos únicas repúblicas que hacen de muros de contención al avance revolucionario, son la de Weimar en Alemania y la tercera República en Francia de 1871.


En Italia, por una parte, el Partido Socialista, llamado maximalista, muestra su faz revolucionaria como Partido Nacionalista Fascista con un personaje como Benito Mussolini, salido de las filas socialistas italianas. Por otra parte, está al acecho un Lenin vigilante y agazapado detrás de la idea de guerra civil internacional con la intención de proclamar la Dictadura del Proletariado, y cuyas consecuencias son de todos conocidas: es decir, las derechas reaccionan y se unen en un solo bloque contra el comunismo.

La depresión de 1930 con la crisis social que generó junto a un creciente desempleo, hace que el Parlamento no sirva para nada y que los movimientos de masas inunden de algaradas las calles, mientras que, con este caldo de cultivo, Hitler en 1933 se hace con el poder como canciller y absoluto jefe de una coalición de varios partidos o tendencias políticas. La violencia generalizada estaba servida en Europa.

Mientras tanto, ¿qué ocurría en nuestra España?

En España la huelga general de 1917, convocada por los socialistas, estaba demasiado presente como para no tomar precaución frente al temor de una nueva sacudida similar, en zonas industriales, con amenaza del anarcosindicalismo de la CNT (Confederación General de Trabajadores), como espada de Damocles que pendía en todas las algaradas.
La Nación, social y políticamente, se mantenía en el filo de la navaja. La riqueza se hallaba concentrada en pocas manos. Ahí está el recuento de los latifundios: Duques de Medinaceli, Medina Sidonia, los Duque de Alba, con miles de hectáreas en Córdoba, Sevilla, Almería &c.
La influencia de la Iglesia es enorme, con múltiples predios a su cargo, aún después de la desamortización de Mendizábal y de Madoz en los años treinta y cincuenta del siglo diecinueve.
El Ejército, sumamente inflado de generales y oficiales, está a la que salta.

Esto, unido al conflicto que manteníamos con el Protectorado español del Norte de Marruecos, más el “expediente Picasso” por corrupción de tráfico de armas, mueve a D. Miguel Primo de Rivera, capitán general de Barcelona, a prevenir acontecimientos desagradables que pudieran producirse de inmediato, y se impone como dictador, en septiembre de 1923 hasta 1930, bajo la tutela de Alfonso XIII y el parabién de los socialistas (Largo Caballero se integró en el gobierno del dictador) con el consiguiente desgobierno y la paralización de las Instituciones, (ya que de hecho el Rey infringe la constitución de 1876, que estaba en vigor, y firma de algún modo el acta de defunción de la propia monarquía).
A la vista de los hechos consumados, bien pudiera certificarse como cierta aquella anécdota que todos hemos leído en los manuales de historia: “ la República la trajeron los monárquicos y la perdieron los republicanos”.

Con lo cual, ya a partir de 1930 la monarquía no se sostiene. Las elecciones se retrasan unos meses, y la descomposición del régimen es a todas luces irrecuperable, (por razones varias, entre ellas un cambio biológico generacional, una juventud sociológicamente al pairo, que parece no enterarse de nada, y la ineptitud de los políticos, incluido el rey).
El 12 de abril de 1931, las elecciones, (que ganan los monárquicos en las zonas rurales, y las pierden en las grandes ciudades que era donde estaba el cotarro de los republicanos), precipitan los acontecimientos, y los republicanos se echan a la calle tumultuosamente proclamando la República en buena parte de las provincias españolas, (con un Largo Caballero, socialista, como líder extremista radical, no sin mencionar los precedentes conocidos de Jaca en 1930 con una revuelta militar propiciada por el socialismo con violencia y saltándose la legalidad).

La historia enseña, pero, a veces, le falta un mínimo pudor para aprender de la realidad, y, entonces, la ciega y no quiere ver. Esto es lo que pasó entre tanta alternativa política que se daba en el abanico de posibilidades: se contaba con una democracia liberal, una república radical de izquierda, una coalición católica, un socialismo revolucionario, y una república popular.
Con todo y la depresión del 30, aún se respira una atmósfera de euforia, al comenzar la década, y de esperanza en la consecución económica, social, cultural y política.
No obstante, esta sensación eufórica se disuelve entre una coalición de fuerzas heterogéneas, como izquierda republicana, partido republicano Radical y el socialismo.

¿Por qué sucede esto? Tal vez porque cada grupo lleva intenciones aviesas. Manuel Azaña, por ejemplo, de izquierda republicana, lleva en su proyecto, como objetivo prioritario, la abolición de la Iglesia y de todo resquicio tradicional-conservador, al que se unen enseguida los socialistas con el ideario del materialismo histórico marxista décimo-nónico.

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